CAP 5: ¡Duelo a Muerte!

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En cuando Maracaibo no tenía más de diez mil almas, era por entonces una de las ciudades más importantes que poseía España en las costas del Golfo de México.

Situada en una espléndida posición en el extremo meridional del golfo de su nombre, ante el estrecho que desemboca en el lago de Maracaibo, el cual se interna muchas leguas en el continente, se convirtió rápidamente en un puerto comercial importantísimo, y servía de almacén a todas las producciones de Venezuela.

Los españoles la habían fortificado con un poderoso fuerte, artillado con gran número de cañones, y en las dos islas había guarniciones numerosas.

Los primeros aventureros que pusieron el pie en aquellas playas, erigieron hermosas casas y no pocos palacios, construidos por arquitectos que habían ido de España en busca de fortuna al Nuevo Mundo; sobre todo, abundaban los sitios de pública reunión, donde se citaban los ricos propietarios de minas, y donde se solía disfrutar con el espectáculo de los bailes nacionales de la época, en recuerdo de la patria lejana.

Cuando Mary Bonny y sus dos compañeros, Bartolomé y el negro, entraron en Maracaibo, las calles todavía estaban muy concurridas, y las tabernas, en las cuales se despachaban vinos del otro lado del Atlántico, veíanse llenas, pues los españoles ni en las colonias habían renunciado a beber un óptimo vaso del jugo de las viñas de Málaga o de Jerez.

Mary Bonny aminoraba la velocidad de su paso. Con el sombrero calado hasta los ojos, envuelto en su ferreruelo, aun cuando la noche era bastante calurosa, con la mano izquierda puesta fieramente en las guardas de la espada, miraba con gran atención calles y casas, cual si quisiera que le quedasen impresas en la mente.

Llegados que fueron a la plaza de Granada, que era el centro de la ciudad, se detuvo, apoyándose en la esquina de una casa, cual si súbita debilidad se hubiera apoderado del fiero merodeador del Golfo.

La plaza ofrecía un aspecto lúgubre. De quince horcas erguidas formando semicírculo, pendían quince cadáveres.

Todos estaban descalzos y tenían los vestidos hechos jirones, exceptuando uno, que lucía un traje de color de fuego y calzaba altas botas de mar.

Sobre aquellas quince horcas revoloteaban numerosos grupos de zopilotes y de urubúes, pájaros de plumas negras, que son los encargados de la policía de las ciudades de la América central, esperando la putrefacción de aquellos desgraciados para arrojarse en seguida sobre ellos.

Bartolomé se acercó a Mary Bonny, diciéndole en voz baja y conmovida:

—¡Aquí están los compañeros!

—¡Sí! —respondió Mary Bonny con voz sorda—. ¡Piden venganza, y pronto la tendrán!

Se separó del muro haciendo un violento esfuerzo, inclinó la cabeza sobre el pecho como si hubiese querido ocultar la terrible emoción que descomponía sus facciones, y se alejó a grandes pasos, entrando a poco en una posada donde acostumbraban reunirse los noctámbulos y toda clase de trasnochadores para vaciar cómodamente varios vasos de vino.

Encontraron una mesa vacía, y Mary Bonny se dejó caer en un taburete, sin levantar la cabeza, mientras que Bartolomé gritaba:

—¡A ver, un vaso de tu mejor jerez, hostelero de los demonios!
¡Ten cuidado de que sea legítimo, porque si no, no respondo de tus orejas! ¡El aire del Golfo me ha producido tanta sed, que sería capaz de dejar en seco la cantina!

Estas palabras hicieron acudir más que de prisa al tabernero llevando un frasco del excelente vino.

Bartolomé llenó tres vasos; pero Mary Bonny estaba tan absorto eh sus tétricos pensamientos, que ni siquiera miró el suyo.

MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora