CAP 8: UN ESCAPE UNICO

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El almuerzo, muy al contrario de las previsiones de Bartolomé, tuvo poco de alegre, y el buen humor faltó, a pesar del excelente vino, de la magnífica cecina y del queso picante del pobre Notario.

Todos empezaban a estar inquietos ante el mal cariz que iban tomando las cosas por causa de aquel desgraciado jovencillo y de su matrimonio.

Lo misterioso de su desaparición, juntamente con la del criado, debía de haber puesto en cuidado a los parientes y eran de esperar muy pronto nuevas visitas de criados, de amigos, o lo que era peor, del juez o del alguacil.

Aquel estado de cosas no podía durar de ninguna manera. Los piratas harían todavía algunos prisioneros más; pero después acudirían soldados, y no uno a uno, para que los prendiesen.

Mary Bonny y sus dos marineros expusieron y discutieron varios proyectos; pero ninguno pareció bueno.

Por el momento era imposible huir: los reconocerían en seguida, les echarían mano y los ahorcarían como la desventurada dama de Rojo y a sus hombres.

Era preciso esperar la noche; pero también había que suponer que los parientes del jovencito no los dejasen tranquilos.

Los tres filibusteros, generalmente tan fecundos en astucias, se encontraban en aquel momento en un atolladero.

A Bartolomé se le ocurrió la idea de vestirse con los trajes de los prisioneros y salir audazmente; pero en seguida se hizo cargo de la imposibilidad de realizarla, pues no era posible hacer uso de la capa del jovencito, porque, además de que ninguno de ellos podía ponérsela, la cosa era demasiado peligrosa si se encontraban con los soldados que recorrían la campiña.

A su vez el negro había vuelto a su primera idea; esto es, ir a comprar trajes de alabarderos o de mosqueteros; también esto quedó descartado por el momento, puesto que era preciso esperar a la noche para poder ponerlo en práctica con alguna probabilidad de buen éxito.

Hallábanse en esta perplejidad, pensando y dándole vueltas al magín para encontrar un medio que los sacase de aquella situación, la cual de minuto en minuto se hacía más embarazosa y arriesgada, cuando fue a llamar a la puerta del Notario una tercera persona.

Esta vez no era un criado, sino un caballero castellano, armado de espada y puñal; probablemente algún pariente del jovencito o alguno de los testigos.

—¡Truenos! —exclamó Bartolomé—. ¡Es una procesión de gentes la que viene a esta condenada casa! ¡Primero, el jovencillo;
después, un criado; ahora, un caballero; luego, quizá venga el padre del novio, y detrás, los padrinos, los amigos! ¡Vamos a concluir por celebrar aquí el matrimonio!

Viendo que nadie se apresuraba a abrir, el castellano redoblaba los golpes, levantando y dejando caer sin cesar el pesado llamador de hierro.

Aquel hombre no tenía la virtud de la paciencia, y probablemente sería más peligroso que el jovencito y el criado.

—¡Ve, Bartolomé! —dijo Mary Bonny.

—¡Comandante, creo que no va a ser cosa fácil sujetarle y atarle! ¡Es un hombre fuerte, y de seguro hará una resistencia desesperada!

—¡Iré yo también; ya sabes que mis brazos no son flojos!

Mary Bonny, que vio en un rincón de la sala una espada, quizá una antigua arma de familia que el Notario conservaba, la cogió, y después de haber probado la elasticidad de la hoja, se la puso al costado, murmurando:

—¡Acero de Toledo! ¡Le dará que hacer al castellano!

Entretanto, Bartolomé y el negro habían abierto la puerta, que amenazaba hundirse bajo los golpes furiosos e incesantes del llamador, y el caballero entró con la mirada amenazadora, el entrecejo fruncido y la mano izquierda en las guardas de la espada, diciendo con voz colérica:

MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora