CAP 14: UNA MALA SENSACIÓN

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El objeto de llegar a las costas de Santo Domingo, y ya allí, meterse en el amplio canal abierto entre esta isla y la de Cuba.

Además de la impedimenta del barco de línea que se veía obligado a remolcar, el buque marchaba con gran trabajo a causa del obstáculo que ofrecía la gran corriente equinoccial que, después de atravesar el Atlántico, corriendo en dirección de las playas de América Central, sale dando un gran rodeo del Golfo de México por cerca de las islas de Bahama y las costas meridionales de la Florida.

Por fortuna, el tiempo se mantenía sereno; de otro modo, El tinieblas se habría visto obligado a abandonar a la furia de las olas la presa que cobrara a tan alto precio, pues los huracanes que se desencadenan en los mares de las Antillas son tan terribles, que es imposible formar idea de su violencia.

Aquellas regiones, que parecen bendecidas por la mano de Dios;
aquellas opulentas islas, cuya fertilidad es prodigiosa, favorecidas por un clima sin par y por un cielo que en su pureza nada tiene que envidiar al tan decantado de Italia, se ven sujetas a menudo a espantosos cataclismos, que por causa de los vientos dominantes y de la corriente equinoccial las trastornan en pocas horas.

De cuando en cuando las azotan horribles tempestades, que destruyen las ricas plantaciones, arrancan de cuajo bosques enteros y derriban ciudades y aldeas; oleadas gigantescas se levantan entonces, y el mar se arroja sobre las costas con irresistible ímpetu, llevándose por delante cuanto encuentra y arrastrando los barcos anclados en los puertos; convulsiones formidables del suelo las sacuden de repente, sepultando a millares de personas en espantosas ruinas.

La buena estrella sonreía a los piratas de Mary Bonny, porque, como hemos dicho, el tiempo se mantenía espléndido, prometiendo una navegación tranquila hasta las islas de las Tortugas.

El tinieblas marchaba plácidamente por aquellas aguas de esmeralda, tersas como un cristal y tan transparentes, que a través de ellas podía verse a cien brazas de profundidad el blanquísimo lecho del Golfo, lleno de arrecifes de corales.

Al reflejarse la luz en aquellas blancas arenas, hacía todavía más transparente y límpida el agua, no sin producir el vértigo a quien sin estar acostumbrado quisiera mirar a ella.

En medio de aquella nítida transparencia, veíanse deslizarse en todas direcciones extraños peces, que jugaban, se perseguían o se devoraban, y a menudo subían a la superficie merced al impulso de un vigoroso coletazo; esos terribles devoradores de hombres llamados zigdenas, escualos muy parecidos y no menos feroces que los tiburones, de veinte pies de longitud algunos, con la figura de martillo, con los ojazos redondos, casi vítreos, colocados en el extremo de la boca, que, además de ser enorme, la tienen guarnecida de grandes dientes triangulares.

Dos días después del apresamiento del barco, El tinieblas, gracias a un viento fuerte y favorable, se aventuraba por el trozo de mar comprendido entre Jamaica y la punta occidental de Haití, dirigiéndose rápidamente hacia las costas cubanas del Mediodía.

Mary Bonny, que llevaba dos días encerrado en su camarote, al oír que el piloto señalaba las elevadas montañas de Jamaica, salió a cubierta.

Todavía estaba poseído de aquella inquietud inexplicable que le invadiera la noche misma que había invitado a comer en su cámara a la joven flamenca.

No estaba quieta un solo momento. Paseaba nerviosamente por la pasarela, siempre preocupado y sin cambiar palabra con nadie, ni siquiera con Morgan.

Aún estuvo cosa de media hora mirando de vez en cuando, pero como distraído, a las montañas de Jamaica, que se dibujaban con claridad en el luminoso horizonte y que parecían emerger del fondo de las aguas; después bajó a cubierta y prosiguió los paseos entre el palo de trinquete y el mayor, con la amplia ala del sombrero muy echada sobre los ojos.

MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora