CAP 15: EL TINIEBLAS MONTANDO LAS OLAS

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Después de batir con horrible furia a Puerto Rico y Haití, el huracán se lanzaba en aquellos momentos en el canal de Barlovento con la temerosa violencia tan conocida de los navegantes del Golfo de México y del Mar Caribe.

A la clara y brillante luz de la zona ecuatorial sucedió una noche oscurísima, pues todavía los relámpagos no la iluminaban.

Era una noche de las que infunden miedo a los más audaces marineros. No se veía otra cosa que la espuma de las olas, que parecían haberse vuelto fosforescentes.

Una ráfaga de agua y viento barría el mar con irresistible ímpetu;
golpes furiosos de huracán sucedíanse los unos a los otros, produciendo silbidos y rugidos pavorosos, haciendo crepitar las velas y doblando la sólida arboladura.

Oíase resonar en los aires un extraño ruido, que iba en aumento a cada instante. Parecía como si miles de carros cargados de hierro corriesen por el cielo, o que pasaran a todo vapor sobre puentes metálicos pesadísimos trenes.

El mar estaba horrible. Las olas, altas como montañas, rodaban de Levante a Poniente, lanzándose unas sobre otras con rumores sordos o con estallidos formidables, levantando cortinas de fosforescente espuma.

Se alzaban tumultuosamente, como empujados por misteriosa fuerza, y volvían a caer, abriendo simas tan enormes, que parecía que tocaban en el fondo del Golfo.

El tinieblas, con el velamen reducido a mínimas proporciones, había empeñado la lucha valerosamente.

No conservaba tendidos más que los foques y las dos velas del trinquete y del palo mayor.

Semejaba un pájaro fantástico que volase al ras de las olas. Ya subía con intrepidez por aquellas montañas movibles, deslizándose por entre las espumas como si quisiera clavar en las nubes el espolón, ya descendía entre aquellas paredes líquidas, cual si se precipitase hasta el fondo del abismo.

Marchaba de un modo desesperado, mojando en la espuma los extremos de los penoles del trinquete y del mayor; pero sus poderosos costados no cedían a los golpes formidables de las olas.

En derredor del barco, y hasta en la toldilla, caían a intervalos ramas de árboles, frutas de toda especie, cañas de azúcar y montones de hojas que revoloteaban en alas del torbellino, arrancados a los bosques y a las plantaciones de la vecina isla de Haití, mientras que torrentes de agua se precipitaban con ruido ensordecedor desde las nubes, corriendo furiosas por cubierta y desahogando penosamente por obenques y umbrinales.

Pronto sucedió a la noche oscura una noche de fuego.

Relámpagos cegadores rasgaban las tinieblas, iluminando el mar y el barco con su luz lívida, y entre las nubes estallaban espantables truenos, como si allá, en lo alto, se hubiese empeñado un duelo tenaz entre centenares de piezas de artillería.

Se había saturado el aire de electricidad, hasta el extremo de que en los cables de El tinieblas brillaban y saltaban miles de chispas, y en lo alto de los palos refulgía el fuego de San Telmo.

En aquel momento llegaba el huracán a su intensidad máxima.
El viento adquirió una velocidad espantosa, probablemente de cuarenta metros por segundo, y rugía con horrísono fragor, levantando verdaderas sombras y columnas enormes de agua pulverizada.

Los foques de El tinieblas, desgarrados y arrancados por el viento, habían desaparecido, y la vela del trinquete, reventada de golpe, concluía de hacerse jirones; la única que resistía era la del palo mayor.

Debatiéndose entre las olas y las ráfagas, el barco huía con espantosa rapidez en medio de los relámpagos y de las trombas oceánicas.

Por momentos parecía que iba a desaparecer en el abismo; pero se levantaba siempre, golpeando las olas que le batían y deshaciendo la espuma que amagaba sepultarle.

MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora