Al oír aquel mandato se alzó un clamoreo de terror, no solamente entre la multitud de curiosos, sino también entre los soldados.
Sobre todo, los vecinos gritaban a cuello herido; y con razón, pues ya creían verse volando, porque saltando la casa del Notario, con seguridad se derrumbarían las suyas también.
Curiosos y soldados se apresuraron a desalojar la callejuela y ponerse a salvo al extremo de esta y por su parte, los vecinos bajaban como locos las escaleras llevando consigo los objetos más preciosos que poseían.
Todos tenían ya la seguridad de que aquella mujer, una loca según algunos, pondría en ejecución la terrible amenaza.
Sólo el Teniente permaneció animosamente en su puesto; pero por la ansiedad de sus miradas se comprendía que si estuviera solo y no llevara las insignias de su grado, seguramente no se habría quedado allí.
—¡No! ¡Deteneos, señorita! —gritó—. ¿Estáis loca?
—¿Deseáis algo? —le preguntó Mary Bonny con su tranquila voz de costumbre.
—¡Os digo que no pongáis en ejecución tan desastrosa amenaza!
—Con mucho gusto, pero siempre que me dejen tranquila.
—¡Pues dejad en libertad al conde de Lerma y a los demás prisioneros, y os prometo no molestaros!
—Así lo haría si quisierais aceptar mis condiciones.
—¿Qué condiciones son esas?
—Ante todo, mandar que se retire la tropa.
—¿Y después?
—Proporcionarme para mí y para mis compañeros un salvoconducto firmado por el Gobernador con objeto de poder salir de la ciudad sin que nos incomoden los soldados que están dando batidas por el campo y por el bosque.
—Pero ¿quién sois, que necesitáis de un salvoconducto? —dijo el Teniente, cuyo asombro aumentaba, como asimismo sus sospechas.
—Una noble de Ultramar —contestó Mary Bonny con arrogante fiereza.
—¡Entonces, no necesitáis ningún salvoconducto para salir de la ciudad!
—¡Al contrario!
—En ese caso, tendréis algún delito sobre la conciencia. ¡Señorita, dígame cómo se llama!
En aquel momento se acercó al Teniente un hombre que llevaba vendada la cabeza con un pedazo de lienzo, manchado de sangre en varios sitios; avanzaba con trabajo, como si tuviese mala una pierna.
Bartolomé, que seguía detrás de Mary Bonny mirando a los soldados, al verle dio un grito.
—¡Relámpagos! —exclamó.
—¿Qué tienes, valiente? —preguntó Mary Bonny volviéndose con viveza.
—¡Que van a delatarnos, Comandante! ¡Aquel hombre es uno de los vascos que nos acometieron con las navajas!
—¡Ah! —dijo Mary Bonny.
El vasco —pues era, en efecto, uno de los que habían asistido al duelo en la taberna y después acometido a los filibusteros en la calle — se dirigió al Teniente, diciendo:
—¿Queréis saber quién es aquella mujer del sombrero negro?
—Sí —contestó el Teniente—. ¿Le conoces tú?
—¡Caray! ¡Como que uno de esos hombres es el que me ha puesto de este modo! ¡Señor teniente, que no se os escape! ¡Es uno de los piratas!
Un grito, pero no de espanto, sino de furor, estalló por todas partes, siguiendo un disparo y un gemido doloroso.
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MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA
HistoryczneAnne Bonny, también conocida por su diminutivo Boon, fue una pirata irlandesa que operó en el Caribe durante los primeros años del siglo XVIII y una de las mujeres piratas más famosas de todos los tiempos. Anne, nació en Irlanda pero sus padres pr...