CAP 11: EL BARCO DE LINEA

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Saliendo el barco de entre los islotes, y rebasado el largo promontorio que forman los últimos contrafuertes de la sierra de Santa Marta, entró en las aguas del mar Caribe, navegando en dirección Norte, o sea, hacia la gran Antilla.

El mar estaba tranquilo:apenas rompía la superficie una ligera brisa matutina que soplaba del Sursudoeste, la cual levantaba aquí y allá breves olas que iban a quebrarse con sordos mugidos en los costados del rápido velero.

De la costa acudían multitud de aves que revoloteaban sobre las aguas. Bandadas de cuervos y pajarracos rapaces del tamaño de un gallo volaban en las proximidades de las playas, siempre dispuestos a lanzarse sobre la más pequeña presa y hacerla pedazos aún viva;
sobre las olas pasaban rozándolas batallones de distintos volátiles, algunos con la cola en forma de horquilla, negras las plumas del dorso y blancas las del vientre, y con picos de forma tal que los condenan a pasar largos ayunos, pues si los peces no se les meten casi espontáneamente en la boca, esos desdichados con dificultad llegan a coger uno, pues la mandíbula inferior la tienen mucho más larga que la superior.

No faltaban tampoco los fetones, tan comunes en las aguas del gran golfo mexicano. Veíaseles explorar las ondas formando largas filas, dejando flotar pendientes las largas barbas de su cola, e imprimiendo a sus alas una vibración convulsiva y enérgica, no exenta de gracia.

Espiaban a los peces voladores, que saltaban repentinamente fuera del agua surcando el aire por espacio de cincuenta o sesenta brazas, y sumergiéndose después para volver a comenzar su juego.

En cambio, no se veía ningún barco. Los marineros de guardia en cubierta, a pesar de tener una vista perspicaz todos ellos, no veían asomar por el horizonte velero alguno en ninguna dirección.

El miedo a encontrarse con los fieros corsarios de las Tortugas mantenía a los buques españoles resguardados en los puertos de Yucatán y de Venezuela o en los de las grandes islas antillanas, hasta que pudieran formar una verdadera escuadra. Únicamente los barcos bien armados y con tripulaciones numerosas se atrevían a atravesar el mar Caribe o el Golfo de México, pues sabían por experiencia cuánta era la astucia de aquellos crueles piratas que habían desplegado sus banderas en los islotes de las Tortugas.

Durante el día que siguió al entierro de la dama de Rojo, nada ocurrió a bordo del barco pirata.

El demonio rojo no se había dejado ver en la cubierta ni en el puente de órdenes. Había abandonado el mando y el gobierno del buque a su segundo, se encerró en su camarote y nadie había vuelto a tener noticia suya, ni siquiera Bartolomé y James cárter.

Lo que sí se había sabido era que tenía consigo al africano; por lo menos, esto se sospechaba, pues tampoco al negro habían vuelto a verle, ni le encontraban en parte alguna del buque.

Nadie sabía decir qué era lo que hacían ambos en el camarote, cerrado por dentro con llave, ni siquiera el segundo de a bordo, porque Bartolomé, que había querido preguntarle algo, recibió una repulsa y un gesto amenazador, que quería decir, poco más o menos:

—¡No te cuides de lo que no te importa, si aprecias en algo tu pellejo!

Llegada la noche, y mientras El tinieblas recogía parte de sus velas por miedo a cualquier golpe de viento repentino, tan comunes en aquellos parajes y que casi siempre ocasionan desgracias, Bartolomé y James Carter, que rondaban por cerca de la cámara, vieron al fin salir por la escotilla de popa la lanosa cabeza del africano.

—¡Aquí está el compadre! —exclamó Bartolomé—. ¡Supongo que sabremos si está el Comandante a bordo o sí ha ido a conferenciar con sus hermanas al fondo del mar! ¡Esa mujer fúnebre también sería capaz de eso!

MARY BONNY_ LA ÚLTIMA CORSARIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora