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La ausencia de comunicación le haría perder la cabeza.

Lulú aceptó cenar en la comodidad del hogar de Helsen porque... le extrañaba y lo aceptaba sin mayor problema, no le costaba nada encogerse de hombro para ella misma cuando se preguntaba porque sentía la urgencia de revisar el celular cada tres minutos. Es que le extrañaba.

De hecho, tuvo intervalos en esos cuatro días sin verle que su mente se suspendía de los recuerdos, de lo que hacían juntos, de lo natural que era reír por sus anécdotas de la infancia en Múnich junto a Ulrich y su madre, de sus prácticas en el piano y el sonido disonante de las teclas cuando la posicionaba sobre ellas.

Admitía libremente que el tiempo con Helsen transcurría volando y hasta le parecía que las noches a su lado se iluminaba con más estrellas y la luna se hallaba siempre llena.

No le aterraba el nerviosismo que la atrapaba, víctima del florecer de sentimientos que la enviaban por una vorágine de melancolía. Le asustaba que el panorama fuese tan claro para ella, como si no hubiese más de una y evidente vía que tomar.

Pero esperaba al menos recibir lo que esperaba, una queja entre dientes de la espantosa visita que tuvo el viernes.

Estaba ahí, Lulú lo percibía, tan presente como el atisbo de perfume a sándalo y canela que Helsen desprendía, cuando no le quedaba más que unos trozos de pollo de la ensalada, ella apoya el tenedor en el plato y aleja las manos de la comida para mirarle con resquemor.

Detestaba la situación, de saber que se tragaría las palabras junto a la pasta, hubiese ido a casa junto a Hera y Jäger.

—Somos adultos, señor—se oía molesta y firme—. Si está molesto póngalo en la mesa junto al plato de ensalada.

Helsen quién se atragantaba con el reclamo más que con la cena, no le tomo olvidar el cubierto para ofrecerla la atención que exigía.

No se comprendía, para nada lo hacía, admitía que le jodió enterarse dónde andaba a través de Eros, sin embargo, no era lo que le encendía el temperamento, era el hecho de que ella no lo tomó en cuenta para perpetrar esa escabrosa visita.

La boca le supo a ácido al rememorar lo que fue enterarse que Lulú, valiente y temeraria, enfrentó a ese estorbo humano. Debería estar orgulloso, lo que hizo fue un tremendo acto de coraje y valor... pero no importaba que tuviese un escuadrón acompañándola, Helsen se impuso una importancia en la vida de ella que si no estaba él, ningún resguardo le parecía suficiente.

—No tengo absolutamente nada que mencionar—replicó justo como ella imaginó—. Puedes con tus decisiones, lo has dicho, eres adulta.

Lulú blanqueó los ojos. Parece que no tiene que viajar a través del tiempo para conocer al Helsen inmaduro y adolescente. Lo tenía ahí en frente.

—¿Para qué me invita a cenar si ni siquiera me mirará?—espeta con resquemor—. Hubiese puesto una película, al menos.

Helsen se limpia el borde de los labios y los dedos con la servilleta y procede a cruzarse de brazos.

—Muy bien, conversemos.

Lulú frunció los labios, irritada con ella misma al querer sonreír cuando sintió un pinchazo de excitación al notar como la camisa se tensaba de acuerdo a los movimientos.

—No discutiré sobre esa noche, no tiene que meterse en mis decisiones—bebe un trago de agua para pasar la sensación—. No es como si hubiese ido sin compañía.

Helsen no pestañó y eso más que hastiarle, le agradó. Le gustaba en demasía que se preocuparan por ella, estaba acostumbrada a pasar desapercibida y con esas atenciones se sentía especial, querida. Era como una estúpida adicción.

Una Mariposa Para Lulú |Spin-off|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora