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—¿Me entiendes, Camila?

Camila Cabello entendió desde el primer momento, pero no acababa de comprender por qué su madre se interesaba tanto por aquella muchacha.

Su madre, y además Sofía. Claro que ambas eran dos sentimentales.

Gracias a Dios, ella no lo era, pero estaba observando que no iba a tener más remedio que escucharlas y atenderlas y, lo que es peor, hacer lo que ambas, reiteradamente, le pedían desde hacía más de una semana.

—¿Vuelvo a explicarte cómo fue, Camila?

La más rica dueña de una empresa armadora de todo el estado de Wisconsin hizo un gesto aquiescente. Tenía un cigarro en la boca y lo mordisqueó distraídamente. Estuvo a punto de escupir la hebra de tabaco por la ventana abierta, pero recordó que a su madre y su hermana les irritaban enormemente las incorrecciones.

Era una mujer de cabellos y ojos, castaños, de expresión indefinible cuando quería. Tanto podían ser suaves como duros e irritados. El cuadro de la boca, voluntarioso; el mentón, enérgico; la nariz perfilada y los dientes, muy blancos, pero apenas se vislumbraban al sonreír, porque Camila Cabello rara vez sonreía a pesar de que poseía una de las sonrisas más bellas.

Era elegante y sexy. Tenía los cabellos ondulados y al sacudir la cabeza, y Camila la sacudía cuando algo le impacientaba, y casi todo le impacientaba, se le iba hacia la frente tapándole casi un ojo por lo que con la mano lo echaba de nuevo hacia atrás.

—Escucha, hija mía. Hay que ser humanitario. Date cuenta de cuánto nos dio Dios para nuestra personal satisfacción. ¿No crees que tenemos el deber de dar un poco a los demás?

Le irritaba sobremanera aquel modo altruista de ser de su madre. Pero no se molestaba en advertirlo.

—Te aseguro que estuvimos a punto de matarla. Iba como una sombra, es cierto. Caminaba por la carretera igual que un autómata. Sofía dio un viraje y gracias a esa maniobra no la estrellamos contra las ruedas delanteras.

—Bueno —se irritó Camila— ¿No la has recogido? ¿No la has llevado al hospital? ¿No la habéis atendido todo este tiempo? Te has portado con ella como si fueras su madre. ¿Puede tener queja esa muchacha?

—No es bastante, Camila. Comprende de una vez. ¿Qué le ocurría a la chica aquella noche para ir así por la carretera de Chicago a Milwaukee? No la hemos matado de milagro —intervino Sofía—. La recogimos, la trajimos al hospital y ahora le dan el alta. Ya sabes lo que mamá y yo te pedimos.

—Que le dé trabajo, ¿no es eso?

—Eso es —intervino de nuevo la elegante y dulce dama— En tus oficinas del muelle tendrás de sobra sitios donde me y en el edificio de las oficinas armadoras, tienes apartamentos para tus empleados. ¿Por qué no puedes tomar a tu servicio a Lauren Jauregui?

Camila se levantó sin prisas. Al desdoblarse parecía imponente. Quedó erguida y miró a su madre y a su hermana de hito en hito.

—Es absurdo que resultéis tan sentimentales, mamá. En estos tiempos que corremos, lo más práctico es ser objetivo. ¿qué sabe hacer la chica? Fregar, seguramente.

—Oh no—saltó Sofía—. Creo que no es ese tipo de trabajadora—Tiene unas manos muy finas. Es joven ¿Veinte años? Cerca de ellos definitivamente. Sus modales son exquisitos y su voz muy bien educada.

—¿Entonces qué hacía en plena carretera, entre Chicago y Milwaukee en una madrugada de invierno?

—Eso a nosotros no nos importa. Si podemos hacer por ella...

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora