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Se hallaba en el baño, cuando escuchó que la puerta de su alcoba era golpeada.

—Ya voy, Sofía—Dijo con naturalidad mientras se aproximaba.

E inmediatamente, entró en la alcoba. Quedó envarada.

No era Sofía. Era su hermana.

Se le quedó mirando fijamente, con expresión dura. Parecía imposible que los dulces ojos castaños tuvieran aquel brillo de contenida ira en un segundo.

—No le di permiso para entrar en mi habitación privada, señorita Cabello.

Camila no se inmutó.

Mostró el portafolios que llevaba bajo el brazo.

—Mi avioneta particular sale mañana al amanecer. Como he decidido dejarla aquí, con mi familia, necesito cambiar impresiones con usted, respecto a todo esto.

Y mostró el portafolios.

Seguidamente, sin esperar respuesta, se dejó caer en el sillón de la alcoba y sobre la mesa de centro abrió la carpeta de piel.

Lauren se mantuvo firme, erguida. ¿Qué clase de mujer era aquella que así entraba en su habitación, sin siquiera preguntar?

—Le advierto —dijo, siguiendo el curso de sus pensamientos—, que no estoy habituada a que las personas entren en mis dependencias sin advertirme.

—Lamento que tenga que cambiar la modalidad conmigo, señorita Jauregui. ¿Quiere sentarse? Tengo prisa. Se ha retirado usted muy temprano. Acabo de dejar a mi hermana y mi madre en sus respectivas alcobas, y me he dado cuenta ahora mismo que no sé aún qué documentos llevo aquí dentro y si están todos los que deberían estar. ¿Quiere hacer el favor de mirarlos conmigo?

Había algo en su mirada.

¿Podía negarse? Al fin que era su trabajo, pero no eran las maneras.

¿Debía hacer hincapié en su entrada espectacular en su alcoba?

Se dejó caer frente a ella. Vestía igual que momentos antes en el comedor, donde tuvo lugar la comida familiar, en torno a la apartada mesa...

Un modelo de fina lana gris y un pañuelo atado a la garganta, de un verde salpicado de negro. Zapatos altos, negros, de fina piel y desprovista de toda joya.

Bella en verdad, resultaba aquella muchacha. Pero aún más que bella, provocativa, sin proponérselo. Gustaba a los hombres.

¿Y a Camila?

Camila pudo darse cuenta de que, si bien su hermana era una muchacha morena y esbelta, los hombres, al pasar, solo miraban a Lauren.

Sacudió la cabeza y mostró los documentos.

—Supongo que tendrá una lista enumerando todo esto.

—Sí.

—Mañana tengo que presidir un consejo y deseo comprar unos terrenos. No está el contrato.

Con su desconcertante sangre fría, Lauren metió la mano en el portafolios y extrajo de un departamento invisible el documento en cuestión.

—¿Por qué no estaba con los otros y por qué en la lista general tiene una cruz?

—Es un contrato muy inconveniente para la firma Cabello

Lo dijo con indiferencia, pero con una seguridad que desconcertó a Camila hasta lo inaudito, pues era la primera vez que una simple secretaria se atrevía a censurar lo que ella ordenaba.

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora