12.

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—Lauren viene poco por aquí.

—No tendrá tiempo.

Comía afanosa.

¿Qué pretendía disipar haciéndolo tan aprisa?

—Hace más de dos semanas, desde aquellos días de Navidad, que no viene. ¿Estará enfadada con nosotras?

Su madre era tonta.

—Olvídate de Lauren —dijo secamente—. Tiene su trabajo y tendrá su ambiente, bien distinto al vuestro. La habéis salvado de la muerte. Me instaste a mí para que le diera un empleo. ¿Qué más quieres hacer por ella?

—Es una muchacha maravillosa. Tiene clase.

—Sí.

Era lo irritante.

Que ni en los más viles momentos de su vida dejaba de tener clase. De ser ella.

Y empezaba Camila a dejar de ser quien era a su lado. Y, sin embargo..., Lauren Jauregui parecía crecer más en su personalidad.

—Pero se ve muy solitaria. Lo que necesita Lauren es casarse —opinó la dama.

Camila ya se iba. Sabía para donde podría dirigirse esa plática y las ocurrencias de su madre no le iban por ahora.

No soportaba la cháchara de su madre, ni la pasividad de Sofía, allí, en un rincón del salón, indiferente, al parecer, a lo que ellos hablaban. Le pareció extraño pero necesitaba irse.

—Tengo que irme, mamá.

—Te estaba hablando de Lauren. Dile que me gustaría verla por aquí.

Jamás lo diría.

—Nos abandonó tanto esta temporada.

—Tengo que irme —volvió a decir.

No estaba citada con ella ni con nadie, pero necesitaba salir y respirar el aire de la noche, y sentir que recobraba la fuerza. Su fuerza. Una fuerza que junto a Lauren iba muriéndose lentamente.

¿La amaba?

Era absurdo pensarlo. Camila no se enamoraba y Lauren no era alguien de quien enamorarse.

¡Claro que no!

Era un capricho.

Pero... ¿qué clase de capricho, que duraba poco más de un mes ya y cada día se encendía más? Ya había obtenido lo que quería ¿Por qué seguía en su mente? Estaba comenzando a asustarse, pero, aunque en el fondo lo supiera, no lo admitiría.

Besó a su madre y luego a Sofía.

—Mañana volveré.

—¿No duermes en casa?

—Tengo mucho trabajo pendiente y prefiero hacerlo en mi departamento.

—Es temprano, Camila. Apenas si son las ocho. Casi no terminaste de merendar.

—Mañana, te prometo que cenaré contigo mañana.

—Trabajas demasiado, hija. ¿Sabes lo que pienso? Si te casaras...

Ah, ahí estaba su madre de nuevo.

¡Casarse!

¿Con quién?

Tenía montones de mujeres a tiro. Ninguna chica en Milwaukee se hubiera atrevido a rechazarle. Era el mejor partido de la ciudad. Tenía dinero.

Bueno, tal vez sí había una.

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora