05.

685 48 1
                                    



Apenas si la vio en todo el día.

Tenía sobre la mesa el trabajo para realizar, colocado por la segunda secretaria que trabajaba dos oficinas más abajo. Lo hizo sin precipitación, cuidadosamente. Supo, por aquella muchacha, que la jefa se hallaba en la sala del consejo presidiendo una reunión. Supo asimismo que el portafolio privado de la jefa estaba dispuesto para su viaje a Boston.

¿Tendría que ir con ella?

No lo preguntó. La muchacha encargada de facilitarle todo hablaba poco, y ella no quería sonsacarla.

Al atardecer de aquel mismo día, tenía ya dispuesta la correspondencia, listas las salidas de embarque, e incluso preparada parte de la nómina del personal de empleados.

Camila entró bufando.

—Parece imposible que unos simples hombres den tanto que hacer —la miró. Sin duda ya no recordaba que había cambiado de secretaria—. ¡Ah! —exclamó—, es usted.

—Sí, señora.

—Muy bien. ¿Ha sido puntual?

—Tengo mi ficha en el fichero de entrada, nueve en punto.

No hizo comentarios.

Vestía chaqueta, camisa oscura y pantalón blanco ajustado. Elegante y delgada, sexy e imponente, parecía llenar todo el despacho.

Pero eso a Lauren la tenía muy sin cuidado.

Ella quiso morirse un mes antes. ¿Un mes? No, Dos y medio ya...Qué lejos quedaba aquello.

A la sazón ya no le interesaba morir. Sentía la misma pena, el mismo desgarro, pero su juventud necesitaba seguir viviendo.

—Todo el trabajo que me dejó encomendado está dispuesto.

Camila no la oía.

Lanzaba sobre ella una mirada analítica, sarcástica sin duda, y ojeaba después los documentos, las cartas, la lista de embarque. No dijo que todo estaba correcto, pero reconoció que lo estaba.

Como ella continuaba de pie, le dijo simplemente que se sentara. Y a su vez, ella se dejó caer en una butaca, no lejos de la mesa de su secretaria. Encendió un largo cigarro y mordisqueó la punta, al tiempo de cruzar las largas piernas.

Un titubeo.

—¿Tengo que ir con usted? — Interrumpió el silencio.

—Por supuesto. Mi secretaria particular viaja siempre conmigo. Se lo comenté el día que la admití.

No importaba.

Ya nada importaba mucho.

—Esta vez, como se aproximan las Navidades, llevaremos a mi madre y a mi hermana y las dejaremos en el parador.

Tampoco contestó.

Camila descruzó las piernas, aplastó el cigarro a medio consumir en el cenicero de bronce a su alcance, y añadió:

—Téngalo todo dispuesto. La chica encargada del asunto le facilitará la lista de cuantos y cuáles documentos tengo que llevar. Se trata de negocios petrolíferos.

—Sí, señora.

Camila se dirigía a la puerta, entonces se detuvo y volvió un poco el rostro.

—¿Tiene compromiso esta noche?

La pregunta dejó desconcertada a Lauren.

—No —replicó, serenamente.

—Entonces comerá conmigo.

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora