09.

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Camila cerró la puerta y atravesó el saloncito, yendo a sentarse en el cómodo sofá, donde se repantigó. Ni siquiera esperó a que Lauren se sentase.

—Podemos sentarnos con calma, señorita Jauregui— exclamó Camila mansamente—¿No cree que tenemos mucho que decirnos?

—Se ha olvidado usted del portafolios, señorita —apuntó la joven serenamente.

Camila sonrió.

Una sonrisa encantadora que esta vez sí mostró sus blancos dientes provocadores.

—¿No se sienta? Creo que estaremos mejor cómodamente instaladas. ¿Fuma? —mostró la pitillera abierta—. ¿No? Creí que fumaba.

—Fumo —apuntó la ojiverde secamente—, pero no ahora.

—Bien, como guste.

Fumó calmosa. A Lauren jamás le pareció tan sádica y tan ruin. ¿Se gozaba en dilatar el motivo de aquella cita que disfrazaba con «negocios y documentos» sin seleccionar?

No importaba.

Ella estaba preparada, y como quiera que fuese y ocurriera lo que ocurriese, Camila no podía saber jamás que aquella muchacha que se hallaba en la penumbra del cuarto era su propia hermana.

—He salido de Boston cuanto antes pude —explicó Camila mansamente, repantigándose más, muy segura de sí mismo, muy odiosa, a juicio de Lauren Jauregui—. Debo manifestarle, señorita Jauregui, que me traía el propósito de demostrarle mi admiración. No me mire con ese sarcasmo. Le aseguro que estoy siendo sincera. La cláusula del contrato que usted mencionó, en efecto, estaba equivocadamente redactada. Me sentí, ¿cómo le diré? —una sonrisa burlona—, asombrada. Ésa es la más exacta definición. Asombrada de que una simple secretaria pudiera estar tan enterada del código civil y las leyes inherentes a él.

De súbito echó el cuerpo un poco hacia delante.

—Y entré en su cuarto...Y diré que lo siento por entrar sin avisar, sé que dejó claro que le molesta.

Su voz sonaba ronca y fría al mismo tiempo, burlona también.

—Pero ¿se da cuenta? A las ocho de la noche estuve allí —y señaló con el dedo recto la puerta de la habitación—. Ahí, y ¿Sabe usted lo que vi?

—¿Importa algo eso, señorita Cabello?

La serenidad femenina, lo que Camila consideraba cinismo, alteró por un segundo la ecuanimidad de ella. Agitó la mano, la pegó al mármol de la mesa como si la aplastara y sus dedos nerviosos se arrastraron hasta quedar crispados en el borde.

—Estaba usted con un hombre.

—¿Y bien?

Se levantó como si fuera a destruirla, pero debió de pensarlo mejor, porque fríamente se derrumbó de nuevo en el sillón y emitió una risa sarcástica.

—Tiene usted razón, Lauren. ¿Permite que la llame así? Después de todo, no creo que el hombre que estaba con usted... la llame señorita Jauregui.

—Seguro que no, señorita Cabello... —apuntó Lauren inmutable. —...pero no era usted ese hombre.

—Lo cual siento enormemente.

Era una ironía odiosa, pero Lauren se quedó tan tranquila. Sentada estaba y sentada permaneció, con su aspecto indiferente y lejano.

—No voy a provocar una polémica, Lauren, por supuesto. Usted es dueña de sus actos, hasta el extremo de hacer cuanto necesite y desee. Pero...

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora