10.

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Ni una solo palabra en el trayecto. Ni una sola alusión a aquella noche.

Habló de negocios, ella contestó cortésmente. Pero en el fondo, se notaba la frialdad existente. El propósito firme de Camila, la debilidad encubierta de Lauren.

Fue aquella noche, hallándose la pelinegra en su apartamento, cuando sonó el timbre.

Inmutable, como si no sintiera una indescriptible debilidad, abrió la puerta y Camila Cabello entró como si lo hiciera en su propia casa.

La mujer miró en torno, emitió una de sus medias sonrisas odiosas.

—Estás sola...

No respondió.

—¿Sabes? Me parece que estimas mucho a mi madre y a mi hermana.

—Más que a usted, sí.

—Voy a sentarme —se derrumbó en una butaca como si fuera la de su despacho—. Tengo un apartamento dos plantas más arriba. Me gustaría que fueses allí.

—¿A qué?

—Es una pregunta absurda, ¿no te parece? Es una pregunta tonta y usted es muy inteligente, me parece.

—No iré.

—Sí, me lo imaginaba —miró en torno con complacencia—. Voy para el parador. Te voy a dejar aquí... Mañana volveré. ¿Has entendido ya lo que deseo?

—Supongo que sí.

¡Maldición!

—Es agradable tratar con una persona comprensiva como tú.

—No estaré nunca de acuerdo, señorita Cabello. Voy a dejar el empleo.

—Te demandaré al sindicato. No hay una razón... Al menos... nadie la conoce ni es fácil que eso ocurra.

—Me está chantajeando.

—No es una frase bonita ni muy correcta, pero sí, puede que te lo esté haciendo.

—¿Y si el sindicato me tiene sin cuidado?

—Siempre se me puede escapar algún comentario a mi hermana y a mi madre. No creo que les resulte grato saber que su amiguita es una...

—¡Cállese!

¿Realmente sería tan malo que se los dijera? ¿Aquellas mujeres no le darían el beneficio de la duda? Aunque aún si se lo daban, cómo explicaría sin decir lo de Sofía. Lauren estaba acostumbrada a pensar bajo presión, pero justo ahora, algo le impedía seguir maquinando opciones en su cabeza.

La voz de Camila la trajo de nuevo a la conversación, si es que se podía llamar así.

—Lo pienso —cortó secamente— y no retrocederé.

—Es usted una canalla.

—Puede que sí. No voy a discutirlo... ¿Mañana? —cortó—. A las nueve.

—Su madre no la conoce a usted, ni su hermana tampoco.

Por toda respuesta, Camila se puso en pie y se acercó a ella muy despacio. La asió por la nuca y la obligó a echar la cabeza hacia atrás. Buscando avariciosa sus ojos, murmuró de modo raro, como si mascara cada palabra, como si doliera confesarlo:

—No sé qué tienes. Has llegado... a meterte muy profundo en mí. Por eso... deseo lo que deseo. Para matar esta ansiedad y sacarte de mi pensamiento.

—No va a conseguirlo.

Lo deseaba fervientemente. Obtenerla y odiarla.

Era ése su propósito. Disipar aquella inquietud que nació en su ser desde el momento en que la conoció. Desde el instante mismo que sintió la sensación de que estaba tratando con una mujer diferente. No quería mujeres diferentes. No quería amar ni entregarse a un solo amor. El juego pasional le divertía, pero jamás le inquietó hasta conocerla a ella. No debía haber sucedido, pero sucedió. Por primera vez sucedió y no sabía qué hacer para deshacerlo.

Lo que solía ser (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora