c i n c o | high

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otro día, otra discusión
ya quemé otra dimensión y la verdad que no sé bien como entenderte

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matías


—ooo hermanito toi cagao de hambre—se llevó las manos a la guata el dylan mientras arrugaba sus labios en una fea mueca. me saqué los audífonos y empecé a enrollar el cable pa' guardarlos en los bolsillos de mi polerón negro.

—vamo' a comprar po'—di la idea—te apaño—me ofrecí.

—no tengo plata, culiao. se me fue too ayer, toi entero pato.

—mmh entonces vamo' al casino, demás las tías de la juna nos dan su pancito o...

—no, si ya sapié—se me adelantó de una. arrugué la frente mienttas caminábamos por el pasillo del tercer piso—y hay avena con yogurt.

—¿y?

—me da cagadera po'—rodó los ojos—me limpia hasta el alma esa hueá.

—con lo que te importa a vo' cagar en el liceo—lo miré de reojo con una sonrisa sarcástica.

se rió pa' después negar con el mate.

—no hay mano hoy pa' esas maravillosas jugadas, aparte tampoco se me antoja comer esa hueá.

—machetiemos entonces, qué tanto atao te hacís.

una sonrisa gigante se le formó apenas sus oídos escucharon y asintió ma' contento que perro con dos colas.

—wena idea mi pana, ¿a qué sala iremos a juntar chauchas?

me abrazó por los hombros y un largo bostezo se me escapó. hacia más frío que la mierda y esa hueá me producía el doble de sueño.

—naa, la media paja, en el pasillo noma'

—erís entero fome—reclamó soltándome—, tenía la media excusa pa' ir donde la amelia.

—ah hueón, déjala piola, si no está ni al metro con vo'

—a la calma, compañero. tengo todo fríamente calculado, dame unas semanitas nomás.

me venía diciendo esa mierda del año pasao. no dije ná y seguí caminando, hasta que bajamos al segundo piso y empezamos a preguntar a distintos hueones si tenían o no cien pesos.

igual no me complicaba pedir porque no era tímido ni a palos, así que poniendo mi mejor jeta de pena, empecé a hablarles a loquitos random.

—hola, de casualidad ¿tenís cien pesitos que me querai regalar?—mi voz sonaba de la perra, pero nada que una sonrisa falsa no solucionara.

algunos pasaban de mí, otros se paleteaban, las minas soltaban risitas y terminaban cediendo, llevaba como cuatro cientos pesos reunidos cuando le hablé a una mina que por un segundo se me hizo familiar.

—te doi cien si me dai tu ig—intentó negociar con una sonrisita coqueta, llevó sus manos hacia atrás e inclinó su cabeza hacia mí con las mejillas levemente rosadas. su pelo oscuro me resultaba demasiado familiar. entrecerré los ojos, quizás de dónde me sonaba.

fruncí los labios—muy poco—escondí mis manos en los bolsillos de mi pantalón gris.

—¿poco?—se lamentó—¿y doscientos?—alzó su mano mostrándome dos dedos.

¿de verdad pensaba pagarme por eso?

suspiré.

debía ser de primero o segundo, y pa' mí esa era tierra prohibida, además tampoco me interesaba siendo sincero.

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