13 Aquí hay demasiados hombres

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Esa mañana me desperté por la alarma de incendios. Me levanté tan rápido que me caí de la cama, pero ni siquiera sentí dolor por el susto. Como pude me levanté y corrí a la cocina, donde Mateo tenía un sartén llamas en la estufa y no tenía ni idea de que hacer.

—¡Mateo! ¿Qué mierda es esto?

—¡Se supone que sería el desayuno!

Echó un vaso de agua a la sartén, lo que empeoró el fuego. Tomé una manta del sillón y la puse encima, extinguiéndolo por completo. Me giré lentamente a Mateo, quien sonrió inocentemente y se recargó con una mano en el mueble de la cocina.

—Buenos días.

Le lancé la cuchara el estómago. Muy apenas la atrapó.

—¿Tratas de matarnos?

—Es que me distraje.

—¿Con qué?

Miró algo que estaba junto a mí. Yo miré también, descubriendo su celular.

Lo miré mal.

—Estás vetado de mi cocina.

—¿Qué? —se alarmó como si le hubiera dicho que lo iba a sacar del país—. Solo trataba de hacer algo lindo por ti.

—Y te lo agradezco mucho, pero sería más lindo para mí si te mantienes lejos de la cocina y tu vida a salvo. ¿Qué te parece?

Lo empujé lejos del humo, y se dejó hacer demasiado triste para mi gusto. Me quedé de pie viendo como se sentaba en el sillón y dejaba caer la cabeza sobre el respaldo como un cachorro regañado.

—Mateo... —le hablé con tono suave, pero volteé los ojos.

—Lamento que casi incendiara tu departamento. Tienes todo el derecho de vetarme de tu cocina.

Sonreí sin poder evitarlo y me senté sobre sus piernas. Eso hizo que perdiera un poco de tristeza porque de inmediato puso sus manos en mis muslos.

—Creí que estabas triste.

—Eres muy buena dando ánimos.

—Y tú demasiado amable. Nunca nadie había quemado comida solo para sorprenderme.

Mi intentó por sacarle una sonrisa funcionó.

—¿Lo ves? Estoy mucho más animado.

—Hablo en serio.

—Y yo —se inclinó para darme un beso—. Quería hacer el desayuno para comer juntos antes de irme.

Fruncí las cejas.

—¿Pasó algo?

—Tengo que ir por ropa limpia.

—Ah —asentí—. Bueno, ¿qué te parece si compro algo y nos escabullimos en la academia para desayunar?

—Me parece muy bien.

—De acuerdo.

Me puse de pie para que él lo hiciera también. Ya estaba vestido y sus cosas estaban junto a la puerta, esperando para marcharse con él. No me hizo muy feliz acompañarlo a la puerta.

Joder, nos íbamos a separar como por una hora y se sentía como si lo fuéramos a ser por días. Pero, en mi defensa, había pasado dos días seguidos con él e iba a notar mucho la repentina soledad.

—Cuando vuelva limpiaré la cocina, ¿sí? —se giró hacia mí ya en el pasillo—. Y te repondré la sartén.

—No te preocupes, Mateo. En serio.

Golpe Bajo [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora