7 Ni el guepardo es tan rápido como el pasado

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Los dos siguientes dos días Mateo no fue a la academia. Fue extraño porque el entrenador no preguntó por él, lo que siempre hacía cuando alguien desaparecía por más de dos horas. Si fuera legal, probablemente nos habría puesto unos rastreadores para saber dónde estábamos a cada hora del día. Pero esa vez fue como si supiera la razón del ausentismo de Mateo, y no parecía molestarle. Lo que me llevaba a preguntarme de nuevo qué tipo de relación tenían.

Llegó pronto el fin de semana, y olvidarme de Mateo fue estrictamente obligatorio, al menos hasta que llegara al restaurante porque su hermana trabajaba ahí. El viernes apenas pudimos hablar, pero ese sábado sabía que no iba a poder evitarla, era día completo para ambas y no siempre teníamos clientes. Pero hasta que ese momento llegara, preferí salir del departamento antes de irme a trabajar. Llevaba mi mochila, mi comida para el descanso y las llaves. Bajé las escaleras y antes de que pusiera un pie en la planta baja, ya había descubierto que Russell estaba ahí. Lo vi ayudándole a una anciana a bajar las escaleras y llevarla hasta la puerta.

Él también me vio y me sonrió como si le diera gusto verme. Era extraño porque nadie nunca se había alegrado de verme antes.

—Buenos días —me saludó una vez que la anciana se fue.

—Buenos días —saludé también.

—Qué madrugadora.

—Iré a una tienda de ropa que está aquí cerca. Luego tengo que ir al trabajo.

—¿Pero tu trabajo no es ser boxeadora?

—Aún no, pero si quedo en la liga, tal vez pueda serlo.

—¿Cómo en la liga profesional?

—Sí.

—¿Serías cómo famosa?

—Sí —repetí, divertida.

—Ojalá puedas lograrlo.

—Gracias, Russell.

—Y, ¿sabes? Yo también estaba pensando en ir a comprar ropa. Si estás de acuerdo, podría acompañarte.

No era buena aceptando que necesitaba ayuda de alguien, y aunque yo no la haya pedido, aún sin conocerme me defendió de un hombre que fácilmente lo pudo haber noqueado. Fue muy valiente, y permitir que me acompañara era lo más educado que me quedaba por hacer.

—Seguro. Sí.

Se sorprendió, pero no dijo nada al respecto, solo se acercó a la puerta y la abrió para mí.

—Adelante.

Sonreí sin despegar los labios, y pronto empezamos a caminar lado a lado por la acerca. Pasamos frente al puesto de Jason, pero como ya no tenía dinero, no pude comprarle y solo lo saludé pasando de largo.

—¿Le compras a Jason? —le pregunté.

—Papá lo hace. A mí casi no me gusta el café.

—¿Y qué tomas para darte energía?

—Vitaminas. Tal vez deberías intentarlo, tú que eres boxeadora —bromeó, pero si hubiera sabido lo falta de vitaminas que estaba, probablemente no habría bromeado con eso.

—Prefiero el café —fingí un tono alegre, como si le estuviera siguiendo la broma, pero luego me puse seria otra vez—. Me disculpo por lo de la otra noche. No tenías que ver eso.

Su sonrisa también desapareció por algunos instantes.

—No tienes que disculparte. Se nota que ese chico es un imbécil.

—Solo cuando habla.

—¿Ustedes son novios?

Suspiré. No había hablado con nadie de Mateo, pero sí lo necesitaba porque toda esa situación iba a terminar por enloquecerme.

Golpe Bajo [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora