Ya en mi tercera década juraba que mi vida era perfecta, hasta que apareció: Samantha.
Una noche, solo necesito una noche para derrumbar mi castillo de naipes, poner mi vida patas arriba y hacerme cometer las locuras que nunca imagine. Una noche, so...
Ya veníamos caminado tomadas de gancho hacia la puerta y lo primero que veo es a mi esposo sentado en la mesa y en la silla de al lado la perra esa, entre los dos la acariciaban la chorra y ella aprovechaba disimuladamente para tocarle la mano y hacerle ojitos mientras le pelaba los dientes la muy vagabunda.
- ¿Ese es tu esposo? - Si, el domador de perras
Lo dije tranquila tratando de no sonar como una loca demente. Ella se pega más a mí, para poderlos espiar sin que nos vieran.
- Y el novio ni por enterado ¿no? - Demasiado ocupado en el celular para notarlo - ¿No sé cómo te aguantas? - Pues por no hacer un escandalo - A mí no me da pena ¿si quire mechoneamos esa HP?
Nos morimos de risa y ella me llevo directo a la mesa. Mi esposo que de verdad lo estaba haciendo sin maldad simplemente se rio, pero la pendeja esa hasta se puso pálida porque era más que obvio que tenía sus negras intenciones.
- Permiso --dijo Samantha--
Cogiendo una silla y mirándola de forma incomoda hasta que se moviera de puesto. Apenas la susodicha regreso como perra regañada con la cola entre las patas donde su novio, acomodo la silla para quedar dándole la espalda y excluirla por completo.
- Amor te presento una nueva amiga
Se dieron la mano mientras las dos teníamos esa risita cómplice y triunfal. Obviamente ella se robó su atención e hizo que se le olvidara por completo la perra esa y para que estuviéramos más cómodos, o para que yo lo estuviera, nos invitó mejor a su mesa, igual, le habían dejado dos sillas libres.
La cara de la vagabunda esa fue la mejor, cuando Samantha se lo llevó agarrado de gancho sin darle opción de despedirse, dándome la oportunidad perfecta para reírmele en la cara.
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