Se terminó el verano

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Apague el despertador del celular aún con los ojos cerrados. Me negaba a salir de la cama, porque sabía que una vez me pusiese ese uniforme azul, mi verano se daba por terminado.

Despedirme del verano me traía sentimientos encontrados, me emocionaba al fin cursar el último año de bachillerato, pero no podía dejar de preocuparme por los cambios que se aproximaban. Será un año memorable.

Le dedique una sonrisa a mi reflejo después de colocarme mi listón favorito a manera de diadema y baje las escaleras rumbo al comedor dónde me recibieron mis padres que ya se encontraban desayunando.

—¿Quieres café hija?

—Sí mamá, gracias, te quedaron ricos los waffles.

—Y espera a la tarde, tu madre prometió caldo tlalpeño— Mi padre me acerco la mermelada y se limpio las boronas del bigote.

—Intentaré no comer golosinas para comer dos platos— Respondí mientras comía.

—Cuando regrese del trabajo paso al mercado por los ingredientes que me faltan, el no haber estado aquí dos meses dejo bajas en la alacena. —Comentó mi mamá colgando el mandil

—A mi me dejo como 10 kilos de más, la abuela cocina muy rico, pero nos alimentaba demasiado, no recuerdo un momento donde no estuviese comiendo algo, incluso con Xavi, todo era ir a comer o comer mientras paseamos. 

—Con el ritmo de la escuela, verás que agradecerás esos meses de engorda con Xaviercito. — La sonrisa burlona de mi papá me tomo por sorpresa.

—¡Papá!, sólo somos amigos.

—Eso dices tú, pero no creo que él piense que sólo puede ser tu amigo.

—¡¡¡Papá!!! Ya me voy, sino se me va a hacer tarde. Nos vemos.

Me levante de la mesa entre las risas de mis padres, podía sentir como mis mejillas estaban sonrojadas. Tome mi mochila, mi papá me despidió con una sonrisa y mi madre con una bendición

El camino a la escuela fue rápido, ya conocía la ruta, había aprendido a lidiar con la ciudad, tres años en ella me habían obligado a hacerlo, pero aún no se sentía como mi hogar.

Llegué al salón de clases—ninguna cara conocida— pensé. Me senté en una de las bancas del rincón casi frente al escritorio y saque mi libro.

No había avanzado ni dos páginas cuando entraron. Me había hecho ilusiones de no tener que lidiar con ese cuarteto este año, pero al parecer me equivocaba.

Karla llamaba la atención por sus rasgos de muñequita de porcelana que eran acentuados por su largo cabello pelirrojo. De su brazo caminaba Verónica, que parecía su sombra no sólo por su característico cabello negro azabache, sino porque la seguía a todos lados.

Detrás de ellos había tres chicos que bromeaban animadamente. El que más se destacaba de entre ellos era Néstor de piel tan pálida que bien podía pasar por un vampiro o un fantasma sin necesidad de maquillaje. A su lado iban Ricardo un chico que era rebelde por naturaleza siempre le llevaba la contraria al mundo y desafiaba a los profesores y prefectos constantemente, llevaba ya perforaciones en la nariz, ceja y labio. 

Intenté regresar a mi lectura e ignorar a los recién llegados, aunque pude sentir las miradas frías y hasta un tanto amenazadoras  Karla y Néstor. —Genial otro año con ellos. Mi historia con ese cuarteto era algo que evitaba recordar, hacía mucho que me había resignado a que sólo me iba a deshacer de ellos definitivamente una vez terminada la preparatoria.

Podía sentir cómo se me anudaba la garganta al recordar todo lo que me habían hecho, cuando una voz dulce y tierna me saco de mis pensamientos.

—Hola Sofí ¿Qué tal el viaje de regreso a la ciudad?

Cinco cosas que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora