La primera vez

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Estaba recostada en mi cama viendo aquel dije en forma de rosa color oro rosa. A pesar de estar castigada me sentía feliz. Mi escapada con Mateo había sido magica, me sentía más enamorada que nunca, aunque mis padres me hubieran regañado como nunca y me prohibieran salir sola con Mateo por un mes. El que Mat me viniera a ver a casa cuando estuvieran mis padres, tal vez ayudaría a cambiar la opinión que tenían de él.

El viernes llegué temprano a la escuela y afuera del salón ya me esperaba Mateo, siempre tan guapo con su chamarra de cuero negro, su cabello rebelde, lo había dejado crecer más de lo usual cuando le dije que me gustaba su cabello;  sus ojos verdes me escudriñaban de arriba abajo, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

Al verlo recargado en aquel pilar me apresuré a llegar y abalanzarme sobre él. Me sujeto con fuerza y me abrazo colocando sus brazos alrededor de mi cintura. Para robarme un beso, me encantaban sus besos eran adictivos.

—Estas preciosa mi amor. Soy un maldito suertudo de tenerte conmigo.

—Sí así es, eres un suertudo.— Bromeé. —Tu también te ves muy galante el día de hoy, todo un rockabilly.

—Sofí, hoy tengo planes distintos a entrar a clases y escuchar a los maestros hablar por 4 horas seguidas.—Me dijo decidido.

—¿Enserio te quieres fugar todo el día? Y qué paso con el señor calificaciones perfectas. —Me burlé.

—Hoy sólo seremos tú y yo. Vamos.

Tomó mi mano y me encamino al estacionamiento de la escuela dónde estaba su Mustang negro, subimos a él. El camino fue ligero, ya que la pasamos entre charlas y música, teníamos los mismos gustos en lectura y en música, lo que hacía que tuviéramos siempre un tema para debatir o para compartir.

Llegamos al sur de la ciudad y los edificios se fueron cambiando por bosque, pronto supuse a dónde iríamos.

—¿De verdad me vas a llevar a una cabaña en medio del bosque?

—Y con vistas a un lago, es casa de descanso de un amigo de mi padre, la pedí prestada por el fin de semana si es que quieres que nos quedemos de aquí al sábado. — Me dedico una sonrisa orgullosa.

—Oye cuando hablaba sobre la cabaña, era una idea, no tenías que hacer realidad ese sueño loco, digo, no puedes hacer realidad cada deseo que tengo. —Mi voz denotaba nerviosismo y lo asustada que comenzaba a sentirme.

Mateo orillo el auto para poder mirarme de frente.

—Sofía, algo tendrás que ceder conmigo. Sabes que los detalles y regalos que te hago son porque puedo y lo más importante es porque quiero. Sí puedo hacer realidad un sueño tuyo, créeme que no dudaré en hacerlo. —Carraspeo la garganta, respiro hondo y soltó un suspiro de resignación, me miro con desilusión. —Pensé que la sorpresa te iba a encantar, pero, sino estas segura de que quieres hacerlo, puedo regresar y podemos ir al cine o te puedo llevar de regreso a la escuela o a tu casa. Tus deseos son órdenes. —Intento sonreír, pero se sintió forzado a hacerlo.

Tenía que ser sincera una escapada romántica era lo que había estado divagando desde hacía meses, mi necesidad  por mi novio ya no se apagaba con simples besos y abrazos. Mateo se estaba esforzando para que todo fuese especial, para darle un significado más allá. Tomando en cuenta que de los dos la única núbil era yo, quería hacerme sentir especial para él, me estaba pidiendo dejarme llevar.

—Sabes que es algo que yo quiero hacer, pero al menos me hubieses pedido que trajera algo de ropa, no tengo puesto algo muy lindo. —Le giñe el ojo y le sonreí.

—Siempre podemos ir a un centro comercial por ropa. —Me sonrió quitándole importancia a eso.

Era fácil para él ese tipo de cosas cuando su padre era un millonario y te daba una tarjeta american express sin límite de crédito como regalo de cumpleaños.

—No tienes remedio. —Le recrimine y regresó a la carretera.

Y así fue nuestra primera vez juntos, llegamos a la cabaña, más bien mansión a orillas de aquel lago, me invito a entrar. Nos refrescamos un poco antes de comer un par de subways que habíamos comprado en el centro comercial, cuando nos abastecimos provisiones y de ropa para los días que estaríamos ahí.

El convencer a mis padres no había sido sencillo, porque lo habíamos hecho por telefono una vez que ya estabamos en la cabaña. Mateo como buen caballero, dio la cara y prometió llevarme sana y salva a casa el mismo. Cuando regresamos  mis padres tuvieron una charla con nosotros, sobre la adolescencia, volverse adultos y métodos anticonceptivos, aunado a que mi madre se encargaría de ahora en adelante en recordarme tomar la píldora diario, como buena enfermera que era. Y de castigo estariamos un mes sin salir o vernos solos, así que sólo podríamos vernos mientras estuvieran mis padres en casa.

Pese al regaño, no podía negar que estaba feliz. El fin de semana había sido de ensueño, paseamos en el bote que estaba anclado en el muelle de aquella enorme casa, cocinamos juntos y hablamos de todo, sin filtros, sin penas, compartimos historias, chistes, sonreímos y fuimos felices.

Cuando cayó la tarde Mateo y yo nos quedamos en la orilla del lago un rato, sentados entrelazando nuestras manos. Me beso junto a ese lago, primero con ternura, después con deseo con necesidad, era la primera vez que me besaba con tanta intensidad, recorriendo mi cuerpo con sus manos, haciéndome desear más.

—Ven. —Me tomó de la mano y entramos a la cabaña, directo a la habitación principal. Dónde ya había prendido la chimenea.

Me recostó en la cama con suavidad y comenzó a besarme mientras sus manos recorrían con avidez mi piel debajo del vestido que llevaba.

—Te necesito, me tienes loco por ti. —Me susurro al oído con voz ronca.

—Yo también estoy loca por ti, te quiero entero para mí.

Pronto la ropa nos fue estorbando y los besos y las caricias se habían hecho más intensas, pronto no hubo palabras, sólo éramos nosotros explorando el cuerpo del otro, buscando el punto ideal para desencadenar más sensaciones. Y cuando llegamos al clímax, estábamos orgullosos de habernos descubierto y amado de esa manera.

—Estoy seguro de que eres la mujer de mi vida. —Su mirada era cálida y jugaba con las pecas de mi espalda.

—Tu siempre serás el amor de mi vida. —Le dedique un casto beso e intente que fuera algo más, cuando me interrumpió abruptamente.

—Espera. —Salió de la cama sin cubrirse.

No pude evitar verlo embobada. Mateo siempre había sido atlético y a los 18 ya empezaba a vislumbrarse que sería un hombre de espalda ancha y musculosa, así como de cuerpo esbelto y bien tonificado.

De los bolsillos de sus pantalones sacaría una cajita de terciopelo rosa, para regresar a la cama colocarse a mi lado y entregármela.

—¿Y esto?

—Ábrelo por favor. Hoy me acabas de dar un regalo y yo quiero darte uno.

Abrí la cajita y mostro un lindo collar de cadena dorada y un pequeño dije en forma de rosa color oro rosa.

—¡Wow!— Fue todo lo que pude decir.

—Mi amor tu me acabas de dar un regalo increíble y sé que ningún otro hombre va a poder tener lo que me acabas de dar. Y yo siempre te he visto como una hermosa rosa, mi rosa, que encontré en un planeta que parecía pequeño y árido, me has enseñado que es amar y espero estarte correspondiendo correctamente.

—¡Es hermosa! Yo también te amo Mateo, y esto siempre será algo entre tú y yo, este momento, estos días, son nuestros.

Recordar sus besos y sus caricias, me hacían sonreír de inmediato. Quería que nuestros momentos juntos cada vez fueran más. Comenzaba a imaginarme un futuro juntos, ir a la misma universidad, graduarnos, vivir juntos, tener 3 hijos y dos perros. Estaba totalmente enamorada.

Cinco cosas que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora