Confesiones I

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Llegó el medio día y me encontraba esperando a mi principe azul en su córcel blanco. Sentía las mariposas revolotear en mi estomago y me sudaban las manos.

Cuando Mateo se estaciono frente a mí, hizo sonar el claxón y abrí la puerta para subir al auto.

—Hmp... me iba a bajar a abrirte...

—Lo siento, es algo que no es normal para mí. Ni mi papá lo hace con mi mamá— Adimtí encogiendome de hombros

—A mi me educaron diferente, mi padre siempre le abría la puerta mi madre, Dice que es un gesto de caballerosidad que no se debe de perder— La cara seria de Mateo me hizo borrar la sonrisa

—Está bien. Lo intentaré de ahora en adelante. —Le dedique una sonrisa pequeña y su ceño se relajo— Ahora, dime, ¿a dónde vamos?

—Hmp... al cine. Está vez seremos sólo tu y yo. — Me guiño y arranco el auto hacía la plaza.

Llegamos al cine y no dudamos en escoger la película sobre zombis que estaba en cartelera. Al parecer teníamos más cosas en común de lo que pensabamos. Entramos a la sala que se encontraba vacia, y al ocupar nuestros asientos, él colocó la charola con las palomitas y el refresco en medio de los dos. Estaba tan nerviosa que lo agradecí en silencio.

Sí, desde mi llegada a la ciudad había deseado estar cerca de aquel chico de ojos verde aceituna; pero ahora que lo tenía sólo para mí, no podía evitar sentirme nerviosa, tenía una presencia que imponía, pero también un magnetismo que me hacía querer saltarle al cuello y besarlo. Me sonroje al sólo pensar cómo me había besado en los vestidores hasta dejarme sin aliento, en ese momento agradecí la oscuridad del lugar que me permitía no ser tan evidente.

Comenzó la película y las escenas de acción, gente corriendo y siendo atacada por muertos vivientes no dejaban de aparecer. Yo comía gustosa palomitas y me reía ante la torpeza de los personajes, algo que no paso desapercibido por mi acompañante, que volteo a verme con una sonrisa burlona.

—Pensé que este tipo de películas es para causar miedo. 

—No lo puedo evitar. ¿Quién corre del zombie en tacones?, yo me quitaría los zapatos y los usaría de arma de ser necesario— Respondí bajito acercandome a él, su aroma a lavanda y madera me hizo sentir un cosquilleo en el estomago.

—Tienes razón. Aunque, debes de admitir que el envolverse los brazos con revistas para evitar las mordidas es ingenioso. —Volteo a verme y me perdí en su mirada que se iluminaba con las luces de aquella pantalla.

—Sí, lo anotaré en mi lista de cosas útiles para el apocalipsis zombie— Respondí con una sonrisa

Mateo me devolvió la sonrisa y me veía con cierta intensidad que no supe descifrar y aparte la mirada de regreso a la pantalla. Me tomo delicadamente de la barbilla para que volviera a verlo, su mirada me atrapo al instante y se acerco lentamente a mis labios. Cerré los ojos por impulso, podía sentir su respiración sobre mí y el calor de sus labios rozando los míos.

—¡Me encantas! —Susurró sobre mis labios para después besarme

Yo no pude evitar estremecerme ante su beso, era insistente, necesitado. En algún momento tiro la caja de palomitas al suelo y me atrajo a él. Pude sentir cómo su mano firme recorría mi pierna por debajo de la falda, solté un gemido entre besos y él aprovecho para introducir su lengua en mi boca. Comencé a recorrer su pecho por encima de su camisa hasta colocar mis manos en su espalda para subir a su cuello. 

Nos separamos agitados por falta de aire. Me tenía sujeta con una mano en mi cintura y la otra sobre la parte alta de mi muslo, justo dónde empezaba a cubrir piel mi pantaleta. Me veía con intensidad, tal vez deseo y no pude evitar volver a besarlo pegandome a él, que no dudo en sujetarme de la cintura y colocarme sobre sus piernas. Pude notar que no era a la unica que le había afectado tanta cercanía, así que comencé a mover mis caderas sobre él, respondío con un gruñido y apreto mi trasero por debajo del vestido. Continuamos besando y tocando al otro tanto como pudimos hasta que el aire nos hizo falta.  

—Debemos parar ahora— La voz ronca de Mateo me devolvió a la realidad

—¿Por qué? — Respondí con un puchero

—Porque si seguimos, te voy a tomar aquí y ahora.— Su mirada oscurecida por el deseo me dio a entender que no bromeaba y yo intente recuperar el control de mi respiración y conciecia, estabamos en el cine.

—Yo... lo siento...— Estaba sonrojada, desvie la mirada y me acomode para levantarme de sus piernas

—Hmp... molesta — me volvió a besar hasta dejarme sin aliento— Quiero que seas mía, pero no aquí. Ya encontraré el lugar perfecto.

No pude hacer más que asentír sonrojada hasta las orejas. 

En algún momento entre nuestros besos terminó la película y las luces de la sala se encendieron. Me acomode el vestido y el cabello lo mejor que pude.  Salimos tomados de la mano, Mateo con su semblante imperturbable de siempre y yo sonrojada hasta más no poder.

Caminamos por la plaza en silencio, sólo compartíamos fugaces miradas complices. Me tomó de la mano y me dirigió a un parque cercano a la plaza, dónde nos sentamos en una banca debajo de una jacaranda que estaba llena de flores moradas. 

—Qué bonito, estó es muy romántico— Exclamé mientras tomaba una flor que caía del árbol

—Sabía que te iba a gustar, aúnque, pensé que reconocerías el lugar— Mateo me miraba con ilusión en su mirada.

—¡La primera vez que nos vimos!

Ese era el sitió dónde años atrás. Mis padres me habían comprado un juguete volador que había quedado atrapado en el árbol y al desatorarlo terminé callendo encima de Mateo que estaba leyendo debajo de él. Recordaba su cara de molestia y de sorpresa, de inmediato me disculpe con él y salí corriendo, roja de la vergüenza.

—Yo había salido de casa, no quería estar encerrado, así que vine acá a leer un comic que acababa de comprar, cuando me caíste encima. —La sonrisa burlona de Mateo me hizo sonrojar.

—Lo siento. ¿Por que estabas solo?— En ese entonces teníamos como 12 años 

—A veces necesito estar solo. No me gusta mucho estar encerrado en casa con mi padre.— Su semblante se oscureció

—¿Por qué?

—¿Quisieras cambiar de tema?, no quiero hablar de mis problemas. 

—Quiero que confies en mí. Si en algo te puedo ayudar o si quiera escucharte. Quiero estar para ti y conocerte más.— Intente sonar tranquila al ver que se había molestado

—Este no es el momento. Tal vez un día te cuente alguno de mis secretos.— Me dedico una ligera sonrisa de lado que no le llegó a la mirada triste que tenía

—Está bien. Que no eres el unico que tiene secretos— Bromeé intentando aligerar el ambiente

—¿Tienes algo más que la lista de cinco cosas que odio de Mateo?

—¿Algún día lo olvidarás?

—No, será algo difícil de olvidar.

—Eres imposible.

Esa tarde, por primera vez me sentí cercana a Mateo. Pasamos horas platicando sobre aquellos encuentros casuales que yo creía que no habían tenido un impacto en mi chico de ojos aceituna. Me sorprendía saber lo perspicaz que era, lo mucho que le gustaba verme en los pasillos y verme a lo lejos. A él le parecía divertido como me sonrojaba por su causa y no me había atrevido a acercarme más a él. Al final del día, habían sido esas casualidades que nos llevarón a compartir un mismo camino.

Después de ir a comer pizza, me llevó de regreso a casa. Se despidio con un casto beso en los labios frente a la puerta de mi casa, dejandome con el corazón feliz y suspirando por haber alcanzado a aquel chico que parecía tan lejano a mi. Al fin mis sentimientos habían alcanzado su corazón.

Cinco cosas que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora