Juegos de amor

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POV Mateo:

Los días en la escuela eran más fastidiosos de lo normal. Leonardo era demasiado empalagoso con Tamara que se veía afectada por la situación de Sofía, sabiendo que yo iba a dejarle los apuntes del día me había pedido llevarle galletas, chocolates y notas de su parte. 

No lo niego en más de una ocasión me sentí tentado a abrir alguna de esas notas, pero no pude hacerlo. Sabía que la complicidad que había entre ese par se equiparaba a la mía con Leo. Así que me limité a entregar los regalos sin más.

Mi respiro eran las tardes que pasaba con aquella chica de ojos miel que me hacían sentir cálidez. Me gustaba platicar con ella, conocerla más allá de nuestros encuentros accidentados, era divertida, bastante dulce, pero con un carácter bastante explosivo que en ocasiones hería mi ego, en esos momentos me era difícil controlarme para no decir algo de lo que me pudiera arrepentir después.

—Hoy es el último día que la podras visitar con la excusa de los apuntes, ¿Te le declararas hoy?— Mi rubio amigo me veía con esa sonrisa contagiosa y optimista de siempre.

—Tal vez, ¿Le debería llevar flores o chocolates como los que le manda Tamara? —De sólo pensar volver a intentar decirle mis sentimientos a Sofía se me revolvía el estomago. La primera vez había sido bastante humillante.

—Yo creo que no, pero intenta ser lo más sincero que puedas. No te pido que seas un galán de novela romántica, pero al menos intenta hablar desde está cosa medio congelada que tienes en el pecho— Puso un dedo en mi pecho— Y no desde acá— Señalo mi cabeza— Siempre que sobre piensas las cosas terminas encerrandote en ti mismo, tienes que aprender a dejar entrar a otras personas, como lo haces conmigo o con Isac.

—Hmp... gracias— Le dedique una sonrisa y suspiré 

—Ahora, ve por ella tigre. — Me dio una palmada en la espalda con bastante fuerza y subí a mi auto sin antes dedicarle una mirada molesta, era un idiota, pero era mi idiota favorito.

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POV Sofía:

Hoy era oficialmente mi último día de castigo, así que me levante con más ánimo que de costumbre. Mis padres me habían desconectado el internet y con la consigna de no hablar con mis amigas, así que Mateo se había vuelto mi traficante en mi arresto domiciliario, me traía dulces que mandaba Irene, cartas de Tamara y sus apuntes del día. Si bien me haía dicho que le sacaba copias para que no tuviera que transcribir nada, por las tardes me dedicaba a pasar cada nota en mi libreta con calma, y así estudiaba. La letra pulida y el orden con que Mateo anotaba en clase, para mí era una manera de ayudarme a descubirlo, sentía que era como entender como pensaba, además cada tarde lo invitaba a comer conmigo, después de platicar un par de horas se iba dedicandome una sonrisa que me hacía sonrojar. 

En esos días logré averiguar que su hermano se encontraba en Europa, trabajando como químico para la empresa familiar, que su padre no convivía mucho con él y que su madre tenía poco de fallecer. También pudimos compartir temas menos profundos como nuestro gusto por el futbol soccer y por la música rock.

Sentía que al fin había logrado una conexión con él, algo más allá de las mariposas en el estomágo que no se iban. Cada que me veía lo hacía con tal intensidad que me sonrojaba y cuando me dedicaba esa sonrisa orgullosa sentía mi corazón estallar. En más de una ocasión lo sentí tan cerca como para besarme, pero no lo hizo, me frustraba un poco, no me atrevía a dar el primer paso.

Dieron las 3:30 pm y pude escuchar el claxon afuera de mi casa, mi corazón dio un brinco de la emoción. Hoy también era el último día que veía a Mateo de esta manera tan clandestina así que le prepare una comida especial, estaba emocionada de poder pasar la tarde con él.

Cinco cosas que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora