Capítulo 6

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Desde el primer instante en el que Shirin aprendió a cazar siempre se repetía las mismas palabras; debes entender a la presa si quieres atraparla. Se asustará si te asustas, correrá si corres, se esconderá por el miedo y así perderás. Ahora más que nunca debía entender su situación y que la presa era ella, sin embargo, no había lugar en el que pudiera sentirse mínimamente a salvo.

Eileen se había retirado pasado el tiempo y aunque Shirin insistió en quedarse cerca de los establos acabó volviendo dentro del palacio. La brisa veraniega no era tan terriblemente abrumadora cuando el sol dejaba de ser predominante.

Siempre que daba un paso cerca de entenderlo todo sentía que con cada respuesta no hacía más que retroceder. Eileen no le había otorgado información a ninguna de sus cuestiones, incluso cuando tenía la sensación de que le estaba ocultando algo.

Shirin divagó por la extensión del palacio, atreviéndose a "extraviarse", como el emperador había advertido que sucedería. Caminó por largos y grandes pasillos, su mano se paseaba por las paredes mientras andaba, sin rumbo alguno.

Las palabras de Eileen resonaban en su cabeza persistentes, como si tuviera que descifrarlo. La naturaleza del emperador era clara, no resolvía sus problemas con palabras, sin embargo, habían hecho una promesa, Kaveh aseguró que todos estarían a salvo con tal de que ella se quedara.

Entonces ¿a qué se refería con dejar a alguien ir? Mientras más vueltas le daba al asunto se seguía estampando contra una pared sin salida, si quería respuestas tendría que ir a buscarlas.

El emperador anunció que iría a por ella cuando el sol se opusiera, y ahora era el momento exacto, las grandes montañas estaban a punto de ocultar los últimos rayos del atardecer.

Decidida a volver por donde había venido se giró y para su sorpresa se encontró con otro pasillo, no era el mismo por el que caminó, habían unas escaleras que no reconocía en forma de espiral.

No pudo haber ido demasiado lejos, debía seguir andando e ignorar distracciones, quizás así volvería a la única zona del imperio que conocía. Dispuesta a hacerlo empezó un rumbo que detuvo en seco. Una sensación de ansiedad comenzó a carcomerle, la curiosidad no era su mejor aliado.

—¿Se ha perdido? —una voz la exaltó, un guardia real que acababa de detenerse cerca de una de las ventanas se dirigió a ella.

El hombre la miraba con una ráfaga de fascinación aunque su expresión seguía siendo seria, y mostraba un claro desinterés, sus ojos se quedaron sujetos en ella.

Shirin jamás había salido de su pequeño pueblo pero todos los que la conocían siempre habían hablado enormemente de su irrefutable apariencia, la joven dejaba un impacto único en los corazones de tanto allegados como extraños.

—No, me dirigía escaleras arriba. ¿Sabe usted dónde podría estar el emperador? Él me ha pedido que nos encontremos. —Quería mostrarse segura de sí misma por lo que no titubeó en mentir.

—Siga esas mismas escaleras, encontrará una gran puerta, la única. El emperador suele tener conferencias y discusiones allí, aunque tenga cuidado, nadie ha de pasar si no es llamado.

Agradecida con su ayuda se despidió brevemente, quizás lo más correcto sería esperar a que saliera. Subió las escaleras sujetando el largo de sus ropas para evitar trastabillar.

Tal y como el guardia había descrito, al llegar arriba se encontró con unas grandes puertas y una pequeña mesa con un racimo de preciosas flores amarillas.

Los sirvientes que pasaban a lo lejos se aseguraban de encender las velas alrededor del palacio ya que pronto anochecería. Shirin se acercó para examinar el color de las flores. En su pueblo florecían algunas rosas rojas e incluso lirios blancos, pero un color tan vívido como el naranja o el amarillo solo podía pertenecer a un lugar con un clima tan fuerte como lo era allí.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora