Capítulo 17

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El emperador se había llevado un caballo y ahora cabalgaban de vuelta al imperio a pesar de las terribles advertencias impuestas por el rey. Antes de su ida ella se aseguró de avisarle a Ioannis que volverían cuando el tiempo fuese más apropiado, o cuando la conciencia del emperador se apaciguara, pues aunque había aceptado irse, Shirin creía con seguridad que la flor de Sylvaris tenía algo que ver con las amenazas y el extraño grupo que los acechaba.

Las nubes opacaron a la radiante luna, el mal tiempo se aproximaba. Los soldados alguna vez mencionaron sobre la temible lluvia de tierra; explicaron con detalle que normalmente dejaba el ambiente húmedo, sucio y desagradable, resultaba difícil tan solo respirar.

—¿En el imperio no debería de haber libros como el que tenía Ioannis? —cuestionó ella de pronto.

—Estoy seguro de que encontrarás más de lo mismo, nada que pueda sorprenderte, pero si deseas, buscaré lo que necesites.

—Solo quiero saber sobre la flor de Sylvaris, ¿no puedes contarme más sobre eso?

Shirin había rodeado sus brazos alrededor de su torso, estaba tan pegada a su ancha espalda que acabó prácticamente recostada de él. Kaveh guió al caballo entre la penumbra del bosque, siguiendo el único camino que los llevaría al exterior.

—Recuerdo que entre pueblos solían intercambiarse las flores dependiendo de lo que necesitaran. Cuando hacía mucho frío en el imperio de hielo se llevaban algunas del imperio de fuego, les otorgaría un calor que por su naturaleza no serían capaz de hacer.

—¿De dónde proviene el poder de esas flores?

—De los emperadores y sus naciones, sin una nación estable, no son capaces de florecer.

Shirin dirigió su mirada hacia la maleza, como si pudiera ver lo que contaba.

—Y si tu imperio vuelve a ser estable...

—Y si nuestro imperio vuelve a ser estable... —corrigió Kaveh—. Florecerán, tú las traerás de vuelta.

Shirin volvió su mirada hacia arriba.

Sus pensamientos divagaron, acordándose de la ceremonia que aún no llevaban a cabo. El pueblo necesitaba una nación como la que solían tener antes de la guerra, su sufrimiento acabaría. Si lo que decía el emperador era cierto y, después de todo, ella era la persona que les traería la paz que buscaban, ofrecería hasta su alma.

La joven suspiró abrumada, el continúo recaer de sus preocupaciones se amontonaba sobre su espalda, estaba agotada pero sabía que Kaveh debía de estar pasándolo peor, por lo que, en un intento por llevar una conversación más amena, retomó la palabra.

—¿No tienes recuerdos de cuando eras pequeño?

Kaveh la miró por encima de su hombro.

—¿Qué te interesa saber?

Ella pensó por unos instantes.

—¿Cómo era la vida en armonía con las otras naciones? Antes de la guerra...

Hubo un corto silencio, Kaveh pensó cuidadosamente en la respuesta que le daría, no quería defraudarla y decirle que, en realidad, él siempre estuvo encerrado en el imperio bajo el estricto régimen de su padre.

—Qué pregunta tan ambigua, ¿quieres que te diga lo que debes estar pensando? El cielo siempre azul, los imperios siendo amigos, el pueblo feliz y sin una sola preocupación. —exageró bromeando.

La joven golpeó ligeramente la espalda del emperador que carcajeó, volviendo su mirada al frente.

—Sujétate, pronto llegaremos.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora