Capítulo 26

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Unas manos rozaban las suyas, eran cuidadosas, como si temieran tocarla. Ella buscaba el calor que estas le proporcionaban, pero mientras más se acercaba, las manos se alejaban. La figura que portaba dicha calidez se veía como una sombra, desvaneciéndose a pesar de que Shirin hacía todo lo posible por alcanzarlo.

«No, no puedes hacerme esto. No puedes volver a dejarme. No otra vez.»

¿Otra vez? Esta era la primera vez que veía la figura, ¿no es así? Resultaba tan extrañamente familiar que, de un momento a otro, cuando la sombra se volvió luz y desapareció, Shirin despertó agitada. Su respiración estaba descontrolada y sus mejillas empapadas. ¿Había llorado mientras dormía? ¿Fue solo una pesadilla?

La joven miró a su alrededor y se dio cuenta de que todavía estaba en su habitación. El vacío en su corazón al percatarse de que estaba sola se asentó en su pecho con fervor. Sabía que estaba sola, ¿por qué resultaba tan doloroso?

Con calma empezó a levantarse. El suelo bajo sus pies rechinaba mientras se dirigía a la puerta, a punto de abrirla. Sin embargo, justo en la mesa al lado de una repisa vio algo que la hizo detenerse.

El broche que Kaveh le había regalado.

Por unos instantes, debatió si llevarlo consigo, deteniéndose justo antes de tocarlo. ¿Por qué debía importarle? No tenía que haberlo traído. Shirin suspiró y salió de la habitación, encontrándose prontamente con Leila.

—¡Has dormido muchísimo! Pensé que te saltarías el desayuno. Estoy segura de que estabas muy cansada. —La mujer le sonrió, exhibiendo con orgullo los diversos platillos sobre la mesa.

—¿De dónde has sacado la carne? —preguntó con sorpresa.

—El amable sirviente real, ese que ha venido contigo ayer lo ha traído. Es un encanto, ¿Ioannis dices que se llamaba? —Leila arrimó una de las sillas, invitándola a sentarse.

Shirin sonrió e hizo lo pedido. Después de unos minutos sólo se escuchó el tintineo de los cubiertos al empezar la comida. No importaba cuántos platos exquisitos hubiera probado en el imperio, ninguno podía compararse con la cocina de Leila.

—Todos están muy felices con tu llegada. ¿Por qué no vas a visitar algunas familias tras comer? Nathife ha preguntado por ti, también lo ha hecho su hijo...

—Leila... —Shirin arqueó una de sus cejas, percatándose de sus intenciones.

La mujer alzó sus manos en son de paz, riéndose.

—¡Eres rápida en acusarme!

—Es difícil no hacerlo. —rió con ella, dando otro rápido bocado—. Por cierto... quería hacerte una pregunta.

Leila la miró de reojo.

—Claro que sí, ¿de qué se trata?

Shirin volvió su mirada al plato.

—He viajado mucho con el emperador y, por lo tanto, he conocido a personas nuevas. Hay un hombre, su nombre es Corban... dijo que conoció a mi madre.

Las manos de la mujer se detuvieron en seco. Dejó los cubiertos a un lado y su rostro adoptó una expresión más atenta. Inclinó su cuerpo sobre la mesa para escuchar con detenimiento.

—Tú dijiste que también la conocías... ¿recuerdas mucho del pasado?

—¿Qué es exactamente lo que te preocupa tanto? El pasado está enterrado, no hay nada bueno en él.  —dijo, haciendo un gesto de desdén con las manos.

—Las flores de Sylvaris... ¿alguna vez has escuchado sobre ellas?

La contraria se mantuvo apacible. Aunque no quería indagar, dio por hecho que responder traería paz a la bruma formándose en su interior.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora