Capítulo 14

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El recorrido hacia el pueblo había sido mucho más largo de lo esperado, en el carruaje compartieron postres para degustar, dándole una sensación más amena y menos densa.

El emperador se había asegurado de que sus ropajes no fuesen llamativos, además, la genética de ambos fue modificada con el uso de las ilusiones. No cambiaba drásticamente, sus facciones seguían siendo las mismas, en su lugar el color de cabello y ojos fue alterado a uno que les hacía ver irreconocibles.

La tarde se hizo presente mostrando su más reconocido anaranjado color, tintando las montañas y avivando el último resplandor que le restaba. Shirin sonrió con melancolía pensando en que algún día Leila vería un atardecer igual.

Tan pronto como el carruaje se detuvo Shirin no pudo esperar, abrió la puerta y salió con rapidez, como si todo ese tiempo estuvo reprimiendo las ansias por llegar. El pueblo no tenía mucha similitud con el de su casa, pero aún así llenaba su desolado corazón de falsa esperanza. Las pequeñas cabañas, los mercadillos de bajo coste, las personas trabajadoras y los niños correteando; era un disfrute de ver tras estar rodeada de tanta grandeza y esplendor entre palacios y reinados.

—Siento que he llegado a mi hogar... —susurró.

Tras unos instantes se percató de su descortesía y se giró para ver a Kaveh, el emperador la observaba de vuelta con los brazos cruzados, parecía estar fascinado.

Apenada aclaró su garganta.

—¿Por qué me miras así?

—Es la primera vez que te veo sonreír con tanta sinceridad, me resulta desalentador. —soltó con un tono que daba a entender su poca seriedad—. Un poco más y podría jurar que nunca has estado a gusto a mi lado.

—¿Desalentador? —Shirin sonrió con algo de diversión—. Lamento que debas enterarte así, pero, en efecto, nada puede resultar más emocionante que un paseo por un pequeño pueblo.

—¿Ni siquiera una conversación?

—Ni tu compañía podría alegrarme tanto. —Se burló ella.

Kaveh bajó la mirada aguantándose una sonrisa, se le era inevitable, ¿cómo podía aquella joven entretenerlo constantemente sin siquiera intentarlo? Shirin resultaba ser un enigma de valioso estado, siempre cambiando, alterándolo.

El emperador la siguió justo detrás, ambos echaban vistazos a sus alrededores. Mujeres que vendían ropa tejida, niños que deambulaban o jugaban, hombres en sus puestos de vendedores alzando sus voces para captar la atención de los visitantes.

—¿Has estado en el pueblo alguna vez? —preguntó ella reduciendo la velocidad de su caminar para ir a la par.

—Tan solo cuando era pequeño, contadas veces.

—¿Te considerabas un niño divertido? —cuestionó mientras que le echaba miradas al grupo de críos jugando.

Imaginar una versión pequeña de Kaveh pateando una pelota y riéndose con otros niños mientras hacían bromas no parecía ser lo suyo. Bajo su pobre escrutinio el emperador pegaba más en una librería, consumiendo conocimiento diario, rechazando la compañía de cualquiera que pudiera ser considerado una distracción.

—¿Y tú, Shirin? —devolvió la pregunta—. ¿Qué tipo de niña solías ser?

Shirin lo miró por unos instantes antes de volver la vista a su camino. Alguna parte de ella le hizo pensar que el emperador había evitado responder. ¿Qué se sabía verdaderamente de la infancia de Kaveh? Absolutamente nada, ni un rumor merodeando se atrevía a ser soplado.

—Supongo que siempre fui muy solitaria, no habían niños de mi edad en el pueblo, pero encontré maneras de divertirme a mi manera. —aseguró.

Sus memorias del pasado solían ser como una bruma de humo apagado, no tenía certeza al recordarlo, muchas veces se preguntaba si sus recuerdos se habían esfumado.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora