Capítulo 22

131 20 43
                                    

Una vez se puso de cuclillas, la joven examinó la flor con mayor detenimiento. La detallada descripción que una vez leyó en la página del libro descuidado, de alguna manera, comenzaba a parecer distorsionado y deteriorado. Sin embargo, la imagen de la flor era prácticamente la misma. Su destello único brillaba con furor, llamándola, incitando a ser tocada. Shirin tragó saliva y frunció su ceño. El emperador había asegurado su extinción con tanta insistencia que, incluso teniéndola enfrente, creyó que podría tratarse de una ilusión. ¿Por qué razón mentiría él?

«Ya te ha mentido lo suficiente como para comenzar a dejar de creerle...»

Víctima de sus pensamientos intrusivos, la joven negó con la cabeza y se levantó de sopetón. No, no podía permitir creer que le estuviera mintiendo de nuevo. Quizás su desesperación por encontrar respuestas la había llevado a imaginar cosas que no existían. En un jardín olvidado, entre la mugre y la exuberante vegetación, ¿por qué habría de florecer allí esa flor tan importante?

—Aléjate de ahí.

La voz de Corban la congeló en su sitio. ¿Fue su tono una amenaza? Shirin lo miró por encima de su hombro, expectante.

—¿Qué está sucediendo, Corban?

—Te harás daño, esa flor no ha sido tocada desde su nacimiento, tiene un gran poder. —comentó, acercándose a ella con cautela.

Volvió su mirada hacia abajo, cada vez se le hacía más difícil el poder respirar. Estaba comenzando a comprender que estaba viviendo una realidad indeseada.

—No, quédate tú donde estás, dime lo que está sucediendo. —Se giró para encararlo—. Kaveh dijo que las flores de Sylvaris no existen, él dijo que...

—Te mintió. —interrumpió.

Una parte de ella se quebró ante la revelación que intentó posponer con todas sus fuerzas, llevándose consigo la parte más vulnerable de su ser. Sintió como si su confianza se le fuera desgarrada en mil pedazos, dejándola expuesta. Las palabras de Kaveh resonaban como un eco doloroso y traicionero.

—¿Por qué...?

—Teme lo que serías capaz de hacer. —Apretó sus puños—. No cree en el cambio, siempre ha sido así.

La sensación de dolor la arraigó profundamente, creándole un agudo sufrimiento desconsolado. Shirin presionó sus manos contra su propio rostro, el escozor de las lágrimas luchando por salir era la única advertencia que recibió para zarandearla de vuelta a la realidad.

—Él no... no podría hacerme esto...

El cielo oscureció drásticamente, trayendo consigo pesadas nubes, ahuyentando toda señal de paz. Su corazón latía con fuerza, no tenía la voluntad para cuestionar al emperador, no ahora que comprendía la situación. Ioannis siempre tuvo la razón. Le advirtió de sus pequeños juegos, siempre pisándole los talones para asegurarse de que no llegaría demasiado lejos por sí misma. Un sollozo se escapó de sus labios y un trueno retumbó contra los cristales de la casa.

—Shirin...

El suelo tembló bajo los pies de Corban, emitiendo un crujido ominoso, comenzando a abrirse lentamente. Grietas profundas se formaron, serpenteando a lo largo del jardín, como si una fuerza invisible intentara separarlos al desgarrar la tierra misma. El estruendoso sonido llenó el aire creando una cacofonía discordante.

Shirin se giró y corrió, no reparó en el desastre que estaba dejando atrás, pues como una vez el emperador había dicho: el mundo se encargará de castigarnos si erramos, la tierra llorará si tú lloras.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, su respiración se volvía cada vez más apresurada y el llanto no parecía dar indicios de cesar. ¿Qué más había sido una mentira? Lo que le dijo en la cabaña cuando estaban solos, o cuando la sujetaba tan cerca para susurrarle falsas promesas, incluso el beso que deshizo toda duda... ¿fue aquello hecho para conseguir un beneficio propio?

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora