Capítulo 11

192 37 15
                                    

El inicio de la festividad resultó más abrumador de lo que pensó. Las sirvientas caminaban de un lado a otro, traían bebidas como también algunos postres para degustar. Los soldados con sus espaldas rectas y expresiones caídas permanecían en su lugar. Todos los invitados que veía vestían de gala, con trajes ostentosos y tocados bien arreglados. Bajo el criterio de Shirin ellos mostraban ser ignorantes a las obvias desgracias que ocurrían a sus alrededores, pues sonreían sin preocupaciones, inconscientes de los lamentos ajenos.

—Señorita, ¿no va a probar nada? —preguntó un sirviente, ofreciéndole una copa.

—Preferiría no hacerlo, se me ha quitado el apetito... —murmuró mientras observaba a un grupo de mujeres, reían por todo lo alto y comían trozos de pasteles—. ¿No te parece injusto? Ellos siempre han tenido el privilegio de tenerlo todo, y aún así, ninguno se ofreció ayudar jamás.

—Lamentablemente a ellos se les inculcó velar por su propio bien únicamente. Nacieron, se criaron y crecieron con gente de su misma alta sociedad, para ellos la pobreza y el sufrimiento no es más que un mito. —susurró de vuelta el sirviente—. Espero que me disculpe, debo continuar con mi trabajo.

Shirin se quedó nuevamente sola, aunque allí realmente nunca tendría privacidad. La atención de las personas seguían hasta su más mínimo actuar. ¿La última heredera? Especulaciones surgieron de que no era real, una tapadera por parte del emperador para mantener la calma y el orden pues, ¿cómo demostraría ella que era verdad? Ni ellos mismos podían ver el mundo deshaciéndose bajo sus pies.

—¿Es cierto lo que dicen? —la voz chillona de una mujer la devolvió a la realidad.

—¿Perdón?

—Esta ceremonia, no es por tus tan aclamados orígenes, es una boda. —Batió sus pestañas.

Shirin frunció el ceño extrañada. La mujer llevaba los labios pintados y un vestido que le quedaba más apretado para su usual talla, el cabello castaño lo mantuvo ondulado, sonreía demasiado.

—No estoy segura de dónde ha sacado esa idea, la ceremonia de hoy es para todos, yo no saco un beneficio propio, si es lo que me pregunta.

—Oh vamos, no sea tímida, todos sabemos bien que cualquiera hubiera tomado su oportunidad. El emperador no es sólo un hombre poderoso, también increíblemente atractivo, ¡yo también mentiría para estar en su lugar!

Bien, ahora que lo pensaba mejor quizás no debería haber rechazado esa bebida.

—Disculpen, ¿están muy ocupadas? Me gustaría hablar con la señorita Psicter. —sonrió el rey Ioannis.

La mujer de inmediato exageró un gesto de respeto al inclinarse ante el rey, sonreía con tanta insistencia que Shirin pensó que sus mejillas le dolerían al final del día.

—¡En absoluto! Ha sido una charla encantadora, espero que se repita. —rió la mujer a la par que se alejaba.

Shirin suspiró y Ioannis cubrió su boca para evitar reír.

—¿Ya estás cansada? La noche acaba de empezar. —anunció, dándole un rápido trago a su licor.

—No sabía que las personas pudieran agotarme, necesito un respiro.

—Deberías agradecérmelo, te he salvado. —bromeó—. Sígueme, no creo que haya nadie en el balcón.

Una de las únicas personas que parecían tan conscientes como ella era en definitiva Ioannis, por lo que, pensar en pasar el rato con él no le pareció tan descabellado. La joven dio un último vistazo a la sala, observaba en búsqueda de algo, o más bien alguien.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora