Shirin dio unos inseguros pasos hacia atrás, su mirada se quedó clavada en el emperador que la veía de vuelta, con los brazos cruzados y sin expresión alguna. ¿Qué podía dolerle más? ¿Su falta de interés o su aparente indiferencia? Ambos sentimientos se entrelazaron en su pecho, creando un nudo angustioso.
Ahora parecía ser un desconocido, el mismo tirano que la había arrebatado de su hogar para cumplir una profecía, observándola como una pieza más de su juego que acababa de culminar sin salir vencedor.
Ioannis llegó a su lado, viéndose igual de consternado.
—Es la heredera, ¿por qué la estás tratando así, Kaveh? —El rey llamó la atención del hombre, sin embargo, uno de los soldados lo amenazó.
—No llame al emperador por su nombre, su título le otorga el derecho a la impunidad. Por cortesía, debería cuidar sus modales. —masculló.
—Está bien, permitiré su osadía una vez. —habló Kaveh por primera vez, arrastrando consigo todo sentimiento de esperanza—. Vamos, no tengo todo el día.
Se giró y entró a la cabaña. El labio inferior de la joven tembló, pero aún así reunió todo el valor que pudo para elevar su mentón y adentrarse también, siendo seguida por Ioannis, quien, extrañado, no hacía más que seguirla por su bienestar.
El lugar estaba muy bien cuidado, daba la impresión de que recurrían allí a menudo. Shirin se mantuvo de pie mientras que Kaveh tomaba asiento cómodamente, cruzando los brazos y perdiéndose en la vista que la ventana otorgaba.
—¿Qué... qué es lo que está sucediendo? —Se atrevió a alzar su voz primero.
—El tiempo se ha acabado. —respondió con simpleza, como si no deseara seguir dándole explicaciones.
—No, tú has dicho que no son más que mitos absurdos.
—Me confíe demasiado, Corban tenía razón, el mundo ha dejado de favorecernos. Ahora tenemos que abstenernos a las consecuencias.
—¿Qué es lo que debo hacer? Puedo ser de ayuda...
Kaveh pareció interesarse más en el decorado de la mesa que en ella.
—Aún no lo entiendes... —suspiró con pesadez—. Eras valiosa para mí cuando aún tenías un propósito. Si lográbamos realizar la ceremonia podría restaurar la balanza del mundo, derrocar a aquellos que se atrevían a alzarse y volvería el imperio a lo que una vez solía ser.
¿Las personas que se atrevían a alzarse ante él? ¿Se estaba refiriendo a los pobres inocentes inundados en el miedo? ¿Los que nacieron en un mundo incompleto?
Shirin sintió un horrible vacío en su estómago. Tuvo que sujetarse de una de las sillas para no perder el equilibrio.
—¿Qué es lo que estás diciendo? Deja de mentirme, tú no harías eso...
—¿Yo no haría eso? —El emperador rió por lo bajo, echando su cabeza hacia atrás—. ¿Qué podrías saber tú de mí?
Sintió el irremediable escozor de las lágrimas luchando por salir. Ioannis deseaba intervenir, pero en su lugar se quedó callado. Shirin no apartaba la mirada del emperador. Es cierto, ¿qué podría ella saber de él? Todo el tiempo no fue más que una muñeca encerrada en su caja de música, abierta sólo cuando era necesaria, y ahora que su cuerda había acabado, quería deshacerse de ella.
Así siempre fue el emperador, un hombre guiado por su propio beneficio, malvado, egocéntrico y despiadado. Actuaba sin escrúpulos, pisoteando sobre las vidas de los demás sin ninguna consideración.
Pero aún así, a pesar de todo, su desolado corazón anhelaba creer en algo que no podía ver... ¿por qué? Porque los recuerdos, las promesas, las chispas de pasión, y los destellos de autenticidad revolvían su cabeza. Los momentos efímeros que compartieron desde que lo conoció no podían haber sido una farsa para ganarse su corazón.
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Los secretos de la heredera
RomanceEntre sombras y escombros unas manos se hundieron con insistencia, ocultando un pasado que no tardaría en resurgir y volver a por ella. Una historia de fantasía en la que te verás envuelto por el odio y el amor, que a trompicones mostrará tanto la...