El fuego que los rodeaba se expandió por completo, llenando los árboles y las zonas silvestres de exuberante vegetación reduciéndolo a nada. El emperador esperó hallar a los culpables pero, el silencio hizo a la penumbra y con ello la sensación de desolación fue su indicio a entender que se habían esfumado.
Shirin cautelosa salió del carruaje mirando a sus alrededores, tenía el corazón acelerado y los nervios a flor de piel, se sintió como la primera vez que conoció a Kaveh; con una impotencia, agitación e inquietud agobiante.
—¿Qué está sucediendo? —susurró ella, como si elevar demasiado la voz podría conllevar problemas.
Kaveh que aún parecía estar atento a su alrededor finalmente se giró en su dirección.
—No podemos quedarnos aquí, volvamos al pueblo. —comentó, acercándose para posar su mano firme sobre su espalda y así guiarla—. Han estropeado las ruedas así que nuestra vuelta al imperio tendrá que esperar.
—Quizás eso es lo que querían, que nos quedáramos... tienen que saber quiénes somos. —dijo, echando un último vistazo atrás; la flecha ya no estaba.
—Son ilusiones, nos han querido asustar. —comenzó a explicar—. Incluso si alguna de esas flechas nos alcanza no nos hará daño. De alguna forma han logrado hacer ilusiones como nosotros, objetos que adoptan formas reales pero que no pueden ser palpables.
—Espera, entonces, ¿cómo ha podido romper el vidrio esa flecha? —preguntó sin detenerse.
—Ese es el problema, la magnitud de sus ilusiones son grandes, la ventana jamás se rompió.
Con la cabeza hecha un manojo de pensamientos revueltos Shirin se dejó guiar por el emperador que parecía buscar un lugar en el que se pudieran refugiar o, por lo menos, pasar la noche.
Las ilusiones estaban limitadas a ser únicamente manipuladas por los nacidos en las grandes naciones, con habilidades de la madre tierra sin excepciones, ¿cómo pudo un aparente grupo atacarlos con tantas? Las cuestiones crecían, devoraban todo a su paso y cuando parecía que lograba entender algo, el terreno seguía acortándose.
—Ahí. —Señaló ella de pronto, deteniéndose—. Se paga la cantidad de días que quieras quedarte con monedas de plata, podemos pasar la noche en una cabaña.
Las pequeñas casas de madera en conjunto eran habitadas por distintos visitantes que pasaban por el pueblo para quedarse por un tiempo no demasiado prolongado, con suerte tendrían alguna disponible. Al entrar a una de las cabañas presenciaron a un hombre sentado tras su mesa, de aspecto cansado y con arrugas formándose en el entrecejo por fruncir tanto.
—Teníamos una disponible, pero un joven la apartó hace unas horas, no creo que sea posible.
—Podemos esperar a que desocupen alguna, ¿cree usted que alguien saldrá esta noche? —insistió Shirin apoyando las manos sobre el mostrador.
—Es imposible señorita, desde que los actos iniciaron en el centro todo el mundo ha empezado a venir con más frecuencia, tendrán que irse. —Dio por sentado, levantándose para marcharse.
El sonido chirriante del metal cayendo sobresaltó a ambos. Kaveh dejó caer variadas monedas de oro sobre la mesa frente al hombre cuyos ojos se abrieron con exageración, el aire mismo se le escapó de los pulmones en una exhalación.
—¿Será esto suficiente para cubrir la reserva? —preguntó sin más.
—¡E-Es más que suficiente! —exclamó entre pequeños tartamudeos de emoción—. Síganme, les mostraré en qué cabaña se quedarán.
Shirin tuvo que tapar su boca para evitar reírse una vez el señor les dio la espalda y Kaveh la miró de reojo con una sonrisa contenida. Lo siguieron en silencio hasta que se detuvo frente a una de las tantas cabañas, abriéndola con un manojo de llaves, Shirin se preguntó cómo supo cuál era la correcta.
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Los secretos de la heredera
RomantikEntre sombras y escombros unas manos se hundieron con insistencia, ocultando un pasado que no tardaría en resurgir y volver a por ella. Una historia de fantasía en la que te verás envuelto por el odio y el amor, que a trompicones mostrará tanto la...