Capítulo 27

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El rey se zambulló sin pensarlo siquiera, ignorando a los soldados del imperio que, desde sus caballos, quemaban todo a su paso. Estaba a punto de perder algo sumamente preciado. Al hundirse, el frío caló hasta lo más profundo de sus huesos. Sus brazos y piernas parecían moverse lentamente, la desesperación por alcanzarla comenzaba a asfixiarlo.

Extendió su brazo con la angustia carcomiéndolo y agarró su muñeca, usando todas sus fuerzas para volver a la superficie. Ioannis inhaló profundamente al emerger y se arrastró hasta sacarlos a ambos, sosteniendo a Shirin en sus brazos. Logró dejarse caer detrás de un árbol, recostando su espalda contra la madera.

Sus pensamientos no se centraban en la vida de la joven, sino en un objeto preciado que, por un instante, pensó haber perdido para siempre: el collar que Shirin llevaba puesto.

El rey tomó el colgante en su mano y de un jalón lo arrancó de su cuello. La esmeralda resplandecía con intensidad, misma luz deslumbrante que los había cegado minutos antes. Su plan había sido un éxito. Aquella preciosa piedra que la joven conservó desde que se la regaló, había estado quitándole energía vital, resguardando su poder, atrapándolo en un diamante.

Ioannis se volvió para observar a los soldados. Las vestimentas de armadura que portaban dejaban claro que serían percibidos por los pueblerinos como enviados del emperador. Nadie sabría la verdad; que aquellos hombres eran en realidad sus aliados, los renombrados "Custodiados de Sylvaris", aquellos que habían llevado a cabo el ataque durante la ceremonia.

Ahora sólo le quedaba hacerle creer a Shirin que su pueblo caería en las llamas de Kaveh.

Ella no podrá perdonarlo, y así él gobernará sobre ella, usando una falsa traición que jamás ocurrió.

Se metió el colgante en el bolsillo y rápidamente la giró, dándole palmadas continuas en su espalda para que expulsara el agua. No tomó demasiado tiempo para que la joven comenzara a toser violentamente, llenando sus punzantes pulmones del aire que tanto había estado necesitando.

Shirin colocó una mano sobre su propio pecho, temblando en un intento por recuperar su estabilidad. El sonido del viento se mezcló con las voces distantes que resonaron en su cabeza como un eco, recordándole la razón de su temor. De inmediato miró hacia el pueblo y, aunque no tenía una visión clara entre los árboles, el humo desprendiéndose sobre sus cabezas lo decía todo.

«¡Leila!, ¡Leila!»

Un sollozo ahogado se le escapó mientras se levantaba. Estuvo a punto de correr, pero una mano la detuvo. Por poco se había olvidado por completo de que el rey estaba allí y la había salvado.

—¡Suéltame! Están en peligro... ellos... corren peligro. —Jaló para zafarse pero Ioannis no la dejó ir.

—Detente, estuviste a punto de ahogarte Shirin. ¡Mira a tu alrededor! No hay nada que puedas hacer por ellos... Kaveh los ha enviado para arrasar con todo.

Como una flecha atravesando su corazón, sus palabras la helaron más que el agua en la que estuvo sumergida. Las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas de pronto empezaron a volverse cristalinas. El rey la soltó de un respingo. Su temperatura había bajado drásticamente.

La joven se volteó y comenzó a caminar; su mirada parecía estar vacía. Ioannis se apresuró para intentar impedírselo una vez más, después de todo, estaba a punto de caminar sobre el mismo lago en el que se había caído.

Sin embargo, el rey se detuvo en seco al presenciar lo insólito.

Tan pronto como Shirin pisó el agua, se convirtió en hielo, abriéndole un camino a la legítima heredera.

Los secretos de la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora