Prólogo.

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31 de Diciembre del 2016

—¡Lau! —llamó a su hermana— ¡Solo faltan veinte minutos para las doce, corre!

—¡Que ya voy!

Las hermanas Lorenz habían decidido jugar más tiempo de lo acordado en el parque, y como consecuencia iban tarde a dar el feliz año a su madre.

Lawliet y Laudyth Lorenz, diez y doce años, una delgadita cómo una aguja y otra un poquito más rellenita, una alta y una bajita... En fin, ni hermanas parecían.

Solo algo tenía en común; sus ojos.

Ambos de un verde aceituna hermoso.

Pero incluso en personalidad eran completamente distintas. Laudyth era la típica niña tímida que solo se abría con personas que realmente eran de su confianza. En cambio, Lawliet era la niña extrovertida, que hacía gestos exagerados con su rostro y no tenía pelitos en la lengua cuando algo le desagradaba.

Ambas castañas corrían a toda velocidad por el urbanismo, en el cuál, por cierto, eran nuevas. Su madre luego del divorcio quiso un cambio, y optó por Allende, un urbanismo aún en construcción.

Después de tanto esfuerzo lograron llegar a tiempo, faltando quince para las doce.

Cuando llegaron a su piso estaban completamente agotadas; vivían en el séptimo y el ascensor estaba descompuesto.

—¡Al fin! —las riñó su madre— Les dije que las quería aquí a tiempo, Lili.

—¡Pero Lau no quería venir, mamá! —se defendió la susodicha.

Y no era mentira, Lawliet había estado rogándole a su hermana que volvieran, a lo que ella se negaba. Quería seguir jugando con unos amiguitos que había hecho. Y les costó un castigo de mamá, a ambas.

—He hablado con la vecina, es amable —habló su madre—. Y quedamos en dar el feliz año las dos familias juntas.

Lawliet arrugó la nariz, dando a entender qué le desagradaba.

—¿Feliz año en conjunto? ¿En serio?

Su madre blanqueó los ojos.

—No tienen derecho a enojarse, así que caminen, ya solo faltan trece minutos.

Aún con el desagrado encima, decidieron seguirla, después de todo tenían que obedecer.

Al llegar al departamento de al lado ambas chicas observaron el lugar, boquiabiertas. Era asombroso, la decoración era simplemente... perfecta.

—¡Judith! —chilló la vecina— ¡Viniste! ¿Éstas ternuritas son tus hijas? —preguntó y se dirigió hacia las niñas, regalandoles un abrazo asfixiante.

Era una mujer alta, delgada y morena. A Lawliet le parecía que tenía el cuerpo de una súper modelo.

—Sí —asintió Judith—. Lawliet la mayor y Laudyth la más chica.

La vecina -cuyo nombre aún era desconocido para ambas chicas- sonrió con ternura.

—Yo también tengo un hijo —comentó—. ¡Xavier!

Y segundos después entró un niño alto –al menos lo era para su edad–, de tez morena y melena castaña, con unos hermosos ojos color verde.

«Espera, ¿verdes? ¿Por qué tiene los ojos de mi color?» Se quejó Lawliet internamente, el verde era su color -y de su hermana-, nadie debía tenerlo.

—Preséntate con las vecinas. —le ordenó la morena en tono autoritario al chico llamado Xavier.

Él vaciló un poco, pero obedeció.

No si no eres tú © [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora