27

1.7K 133 14
                                    

El lunes de la próxima semana llegó rápido. Eran las diez y media de la mañana y Aidan estaba frente a mí buscando algunas cosas en su portátil. Se había comportado extremadamente indiferente conmigo y supe que algo andaba mal. Besarlo como lo había hecho la semana pasada había sido un error, sólo provocó que todo lo que habíamos avanzado este tiempo, muriera, quedando como dos completos desconocidos, nuevamente.

No me quedó más que jugar con los dedos de mis manos, femeninamente decorados por un par de anillos que habían pasado de generación en generación y algunos que completaban el atuendo que ese día usaba.

Él tarareaba una conocida y pegajosa canción que hacia tiempo atrás me resultaba placentera. Ahora sólo provocaban una gran molestia al sentir su fría indiferencia una vez más. Y subí mi cabeza para mirarlo. Desde que había llegado su mirada no se había despegado de la pantalla de su portátil y ni siquiera habían cruzado palabra más que las de saludo.

Más que el tarareo de él, el sonido que hacían las agujas del reloj al pasar cada segundo me estaba volviendo loca, habían pasado diez minutos desde que llegué. Diez minutos en los cuales me sentía realmente ignorada y diez minutos de desesperación.

Cada sonido imperceptible para el oído de una persona ahora se hacía tan claro como el agua.

—Bueno. — El sonido de su voz y sus ojos puestos en mí me hicieron mirarlo de inmediato. — ¿Cómo has estado? — Preguntó, con un tono natural. Como si nada hubiera pasado. Me encogí de hombros y respondí.

—Bien, todo bien. —

—Me alegra. — Él sonrió, bajando la pantalla de la portátil, cerrándola completamente y poniendo sus brazos cruzados arriba de ella.

—¿Qué haremos hoy? — Pregunté, tratando de sacar el incómodo silencio de la situación, además de sus ojos mirándome fijamente.

—Hoy no haremos nada, pero sí hablaremos de algo. —

Mi corazón comenzó a palpitar descontroladamente enseguida. Cerré los ojos y apreté los puños procurando que él no viera mi actuar. Tenía miedo de que el momento en el cual él dijera que tenemos que hablar, llegara. Sabía que se refería a lo que había sucedido hace una semana. Y no estaba preparada para las palabras: "—Lo que pasó entre nosotros, fue un error. —"

—¿Sobre qué? — Tratando de parecer normal, pregunté, regalándole la más falsa de mis sonrisas.

—Bueno, creo que, la primera etapa de todo esta cumplida. Me dijiste que sabías de sexo. Tu problema. Sabes más o menos qué ocurrió y porqué le tienes miedo al toque del hombre y… — Tragó, tan pequeñamente, que pudo haber pasado inadvertido. Pero lo noté. — Vimos cómo te comportabas con un hombre. — Sabía a lo que se refería, claramente, a lo que sucedió entre nosotros, no a lo que sucedió con Jake ese día el club. Asentí en silencio, pareciendo que aquello no provocaba nada en mí. —Pero, creo que deberíamos dejar a un lado todo y comenzar realmente con la terapia. —

—¿A qué te refieres? —

—A que debemos comenzar la práctica. Para eso, he conseguido una habitación de hotel y algunos implementos perfectos para la hora de comenzar a ejercer el sexo. —

Helada, fría, congelada. Así estaba.

𝐕𝐢́𝐫𝐠𝐞𝐧 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐜𝐢𝐧𝐜𝐨 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✔︎]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora