—Carajo...— murmuró con preocupación el hada.
El dios de tinta yacía en el suelo árido del valle, completamente inconsciente.
La extracción de maná se había detenido, pero también la presencia del dios ese mundo.
"¿No lo mate, ¿verdad?"— se preguntaba preocupada.
Y su preocupación era justificada le había dado una patada en el pecho tan fuerte que lo había hecho caer de espaldas, en cuanto estuvo en el suelo le dio un segundo golpe en la cara. No conforme con eso, mientras el dios estaba en el suelo debatiéndose entre la conciencia y el sueño Lía le pateo la entrepierna.
"No tenía idea de que los dioses eran parte humanos, ahora me siento mal de haberlo tratado tan mal"
Sin embargo, este pensamiento compasivo desapareció cuando noto que el dios de tinta incluso en su estado de inconsciencia se estaba comiendo su maná.
Incluso balbuceaba pidiendo más de su alimento. Lo más seguro es que el hada se lo hubiese dado de no ser por la sonrisa depravada que tenía mientras estiraba sus labios como si succionara.
El hada le encesto un golpe más cuando lo escucho llamarla mamá con voz lastimera y le pedía parte de sus recuerdos de cuando era una bebé.
Cerca del reino Tharlis se podía ver desde el cielo una conmoción bastante interesante, entre las montañas que limitaban los tres reinos había gran tensión por el despliegue de poder del que un día había sido llamado el príncipe de la luna.
Se podía escuchar los gritos de quienes lo llamaban el rey de la noche eterna.
Pero lo interesante no era que ahora lo llamaran de una forma diferente, cambiar el nombre a algo se da mucho entre mortales. Existen mil nombres para el mismo objeto, lo que resultaba intrigante era que el nombre era dado por seres que ni siquiera pertenecían al reino de Tharlis.
Eran elfos de la tierra, algunos habían tenido hijos con mujeres del valle Khalí, pero nunca habían sentido aprecio por ellas.
O al menos eso se decían unos a otros. Porque sus ojos ahora parecían derramar lágrimas de sangre por su perdida.
—¡Maldito seas, príncipe de la noche eterna! — Gritaba su líder con toda la pena de su corazón.
El pequeño grupo de druidas que los acompañaba daban rezos y consolaban a las mujeres que estaban en el grupo, muchas de ellas habían dejado a sus hijos pequeños con las familias de sus esposos.
El enorme muro de oscuridad parecía querer extenderse por todo el mundo, pero la cantidad de maná que posteriormente había estallado parecía contener su avance, las luces del cielo y la formas que se habían creado en el cielo dejaban claro que existía una segunda fuerza en ese mundo. Pero no había forma de estar del todo seguros de que esto fuera un hecho, porque bien podría ser el propio príncipe quien había detenido su propio poder mientras era cubierto por la sombra.
—Rafa, detente amigo mío. — una mano se posó en su pecho evitando su avance.
—Podría seguir ahí. — Contesto con ira el hombre encapuchado.
—Ese no es nuestro problema ahora, la energía que se desplegó estuvo cerca de alcanzar este lugar, tenemos suerte de que no alcanzara Falt-Er, debemos movernos. — Increpo con fuego en su mirada.
—Tenemos druidas de nuestro lado, si es magia demoníaca podríamos combatirlo. —Bufó intentando quitarse de encima a su compañero.
—No es magia común— respondió tratando de mantearse cuerdo. —Sentí algo que no es de este mundo. — Su cuerpo tembló de forma descontrolada.
—¿Quieres que terminemos muertos?, no somos humanos, no veras a Daria del otro lado.
Como si ese fuera un detonante de algún tipo el enorme hombre encapuchado se arrojó sobre su compañero gruñendo como un animal salvaje mientras gritaba con lágrimas en sus ojos. —¡No digas su nombre! — gemía y gruñía cual animal lastimado.
—¡Yo estaría a su lado de no haber sido por tu estúpida profecía!
El hombre en el suelo no intentaba esquivar los puños de Rafa, más bien parecía querer darle consuelo a su líder, sin embargo, la realidad era otra aquel elfo deseaba pensar en otra cosa que no fuera la fuerte energía que había sentido.
Los golpes parecían ser nada para el hombre que los recibía, con poderes curativos su rostro se restauraba luego de ser lastimado.
El llanto y los golpes se mantuvieron por tres horas nadie en el grupo intento detener a sus compañeros seria solo un desgaste de energía tratar de detener a Rafa, además, su sanador no lo necesitaba.
Al menos eso creían hasta que el maná de la zona se desestabilizo, apagando tanto las cosas sagradas como a la propia magia.
Los druidas corrieron a detener el puño de su líder en cuanto notaron el cambio.
—¡Rafael, detente! — gritaron todos los del grupo al mismo tiempo.
Incluso el saco de boxeo humano tirado en el suelo.
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El juego del hada malvada
FantasyDe haber sabido que terminaría en el ultimo libro que leí, habría puesto más atención en mi lectura nocturna, aparentemente morí y desperté en el libro que leía en la noche, que resultó ser uno de fantasía, con nada de romance, mucha guerra y destru...