Tu Último Día

374 48 247
                                    

¿Es posible que haya repetido mil veces que todo lo que estoy viviendo con Athena es increíble? Si no mil, diez mil. No sé cuánto tiempo me queda para disfrutar de su compañía, lo que sí es que esta imagen la vamos a recordar por siempre: Athena Díaz en la parte de atrás de una sucia camioneta de una pizzería, tratando de no mancharse de harina —y dios sabe qué más—, por medio de un equilibrio que vio mejores días. Es una situación tan graciosa que no puedo evitar ser yo quien se carcajee ahora.

—¡En vez de reírte podrías ayudarme a que no me caiga, pinche cabrón! —Eso último lo dice en castellano y te juro que más gracia me hace la situación.

—Veo que tu conocimiento de los insultos mexicanos es bastante bueno.

—Si quieres puedo seguir ilustrándote un poco más —replica indignada.

—No me cabe duda.

Me acerco de rodillas y, justo cuando Costa hace un giro bastante más rápido de lo recomendable, Athena cae sobre mis brazos. Su espalda golpea mi pecho y la rodeo con mis brazos. Es la única forma en la que puedo evitar tocarla en lugares insospechados.

No termino el pensamiento que ella gira la cabeza para verme. Sus labios están a apenas unos cinco centímetros de los míos. Está pensando lo mismo que yo, por cómo me los mira. Nos quedamos unos segundos así.

Carraspeo y me separo lentamente. ¡No sabes lo que habría dado por besarla! No obstante, hay límites que no me permito traspasar. No puedo hacer nada. No debo hacer nada. Sí, hay un matiz muy importante en mis palabras. No digo que no quiero hacer nada porque mentiría —recién te expresé que me moría por besarla.

—¿Pensaste alguna vez vivir una aventura semejante? —pregunta, risueña.

Su voz, su expresión... todo en ella es sexi y perfecto tal como es.

Es importante que te indique una cosa muy importante. Si piensas que Athena me cautivó por su hermosura no es verdad. No me entró por los ojos tan sólo por su apariencia —de otra forma ya habría estado prendado de ella hace mucho tiempo atrás. Hay otra cosa fundamental y que no se le suele dar importancia: su personalidad, humor, inteligencia, frescura y transparencia. Esas características me atraparon desde que nos cruzamos. Son cosas que no se pueden explicar. Lo tienes que vivir.

—Jamás. Y contigo... ni se me pasó por la cabeza. Tengo buena imaginación, pero tampoco llego a tanto.

Sonríe.

—¿Sabes que no tendría que haber parado aquí? —Mi mirada de sorpresa habla por sí misma—. Mi vuelo iba directo a New York y, bueno, no tenía ganas de afrontar la realidad todavía, así que le dije a Kay: "¿por qué no lo pasamos bien en las Azores un par de días y nos volvemos?".

—No creo que a Kay le haya gustado mucho la parte que le tocó.

—¡Desde luego que no! No sé cómo voy a hacer para compensarle todo su mal rato.

—No creo que ella es olvide tampoco de estos días.

—¿Tampoco? ¿Te acordarás de mí...? —No termina la pregunta. Una sombra viste su mirada.

—Mientras me funcione la cabeza, no habrá forma de que te olvide.

—¿No escribirás nada sobre nuestro encuentro?

—No sería una mala idea... Todavía no conozco el desenlace, pero puede resultar en una historia muy bonita.

La furgoneta frena de súbito y, por mucho que lo trató de evitar, Athena cae de culo en el suelo de la camioneta. Resopla con resignación.

InvitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora