No Dejes Que Te Apresen

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No sé qué hago aquí. No entiendo por qué les hago caso a mis padres. Debería haberlos mandado a la mierda, antes de poner un pie en un consultorio que no va a servir para otra que arruinar mi imagen —más de lo que ya lo está.

No tengo ni un rastro de duda de que se filtrará mi presencia en un gabinete de psicología. Athena Díaz está loca: Se confirman las sospechas al verla entrar...

—¿Athena? Puedes pasar.

Una mujer, de aproximadamente, unos treinta y nueve años, me abre la puerta y me permite el paso. Me paso la mano por el rostro y me pongo en pie, mientras la analizo. Viste elegante sport, su pelo liso y rubio está agarrado con unos pasadores y, nada más se sienta en su sillón de oficina, me invita a tomar un lugar frente a ella, en una aparentemente cómoda silla de diseño vanguardista —es decir: raro—, con un escritorio separándonos. Sus ojos azules me examinan, pero no veo reproche en su mirada, ni juicio, pero sí interés.

Me sonríe y siento que es sincera. Ya sólo eso me quiebra y empiezo a llorar sin apenas emitir una maldita palabra. Estás para tirar a la basura, Athena. Es la primera persona ajena a mi círculo más próximo con la que tengo contacto y esperaba algo peor. Su calidez y su cercanía me reconforta, no sé por qué, pero esperaba algún reproche, que me llamara la atención por algo; o que incluso que se negara a recibirme por ser una mujer tan problemática —y, me temo, sin remedio.

—Si no te importa, me presento, aunque creo que ya te dijeron quién era. —Me encojo de hombros y ella entiende que debe de continuar—. Me llamo Mary Royale. Quiero agradecerte el esfuerzo por venir aquí. Es posible que hubieras preferido que fuera yo o que nos hubiéramos visto por videoconferencia. Si bien esa fue una opción viable en tiempos de pandemia, yo prefiero que, en la medida de lo posible, vengáis a verme...

—Así sacáis a los locos de sus casas —corto y espeto sin contemplaciones.

Ya sé de qué va esta mierda. No es más que una forma de intentar que nos salgamos de nuestra espiral de autodestrucción, forzándonos a arreglarnos o lo que sea, para estar medianamente presentable para una sesión presencial. Puedo ignorar mucho del tema, pero no soy estúpida.

—¿Tú crees que estás loca?

La miro con mi mejor cara de asco y agrego:

—¿Qué clase de pregunta es esa? Si piensas que voy a gastar trescientos dólares la hora para esto, estás muy equivocada. Puede sobrarme la pasta, pero no por eso la voy a tirar a la basura.

—Perdona si te molestó la pregunta, quería saber qué opinabas de ti misma, dado que empleaste ese término. Yo, desde luego no lo usaría para describirte ni a ti, ni a nadie que venga a verme. Es más, no creo que yo tampoco lo esté y también tengo mis sesiones con un psicólogo, al que conozco hace unos años.

—¡Bien por ti! ¿Necesitas que te cuente mis mierdas? —No estoy siendo fácil, ni me interesa serlo. Estoy cansada de estos charlatanes que se llenan los bolsillos escuchando problemas ajenos y diciendo estupideces que puedo encontrar en una revisa de tres al cuarto.

—Entiendo que esta sea la última opción que habrías elegido para superar tu situación. Yo me comprometo contigo a crear el ambiente ideal para que tú te puedas sentir cómoda. Como verás, mi consultorio está vacío. Despejo la hora antes y después a tu visita. Trabajo sola, por lo que no verás a nadie más que tú y yo aquí. En mi agenda te tengo como Luna, por lo que, si alguien me la robara o quisiera espiar mis pacientes, no te encontraría. Cuando te sientas con confianza para darme tu número de teléfono, te añadiré con el mismo nombre. Si te parece que no estoy siendo empática o comunicativa contigo, me lo dices. Cualquier cosa que te moleste, que te incomode, no tienes más que decírmelo.

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