El Macho

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Levantarme en el penthouse que alquilo en New York me cuesta. Mi cama se siente inmensa y vacía. Necesito a Rick a mi lado y este es el primero de muchos días hasta que nos volvamos a ver.

Por suerte tengo a Kay conmigo unos días. Que ella esté llevando mis asuntos estos primeros meses en vez de Denise —mi agente habitual, que hace un gran trabajo, pero necesitaba a mi amiga— hace que mi retorno a la actividad sea más sencillo. A ver, soy su mejor clienta, así que tiene que mimarme para que no me vaya con otro... Es broma, ¿eh? Eso no va a pasar nunca. Creo que me muero si no los tengo a Connor y su equipo a mi lado.

—¡Mira lo que te traigo! —exclama Kay, apareciendo por la puerta del ático, cargada con una bandeja de dulces.

—Sabes que he cometido todos los excesos de este año y del siguiente en Egipto, Azores y Los Ángeles. No debería...

—¡Vamos! Son italianos con nombres que no puedo ni reproducir, ¡pero que están buenísimos!

—¡Está bien! Pero la próxima vez te tiro por la ventana como me tientes de nuevo.

Mi tema con los excesos es que tengo ciertos niveles en la sangre muy altos —colesterol y todas esas cosas— y debo mantener un control de ellos...

—¿Qué diablos hace ese en la tele? —pregunto nada más veo a Gareth siendo entrevistado por Roland Litmanen en una repetición de los mejores momentos de su show de ayer.

—¿N-no lo viste? —La miro con una mueca de sorpresa, porque su pregunta no me gusta nada—. No pongas el sonido entonces.

—Tengo que verlo.

—Athena, no quieres, hazme caso.

Ignoro los consejos de Kay. Si ella me avisa es porque son cosas graves. Y, es por eso mismo, que no puedo quedarme al margen y dejar que me sorprenda si alguien me pregunta.

—Gareth, entiendo lo que has pasado y sé que no es fácil para ti estar en el plató para contar el calvario que fue tu relación con Athena Díaz.

—Así es, Roland. Ahora ella quiere colgarme la culpa de todos sus problemas y yo no hice más que darle el apoyo que necesitaba.

—¿Por qué ahora, Gareth? ¿Qué te ha hecho romper el silencio?

—Por Anna. Ella está sufriendo las secuelas que me quedaron tras nuestro noviazgo y la poco ortodoxa forma en la que iniciamos lo nuestro.

—Tiene que estar de coña...

—Athena estuvo a punto de destruir mi carrera por culpa de su adicción a las drogas. Siempre que regresaba de un partido me decía que teníamos que celebrar las victorias o levantarnos de las derrotas con unas rayas. Tú me entiendes, ¿no? La vida de un futbolista requiere mucho sacrificio físico y no sólo controlamos lo que comemos o bebemos, las drogas no pueden formar parte de ella, de ninguna manera.

—To-todo eso es mentira, Kay —digo, mientras me tiembla el cuerpo y la miro.

—Lo sé, Thee. Por favor, no sigas viendo.

No podía más que seguir escuchando las mentiras de ese hijo de puta. Ahí está el terrible balance del que siempre hablo. Tras una bendición cae una maldición. ¿No puede dejarme en paz de una maldita vez? ¿Por qué tiene que ensañarse conmigo así?

—Yo padezco de vigorexia, Roland. Y ¿sabes qué hacía Athena? Se metía conmigo y me decía que no era ni remotamente lo suficientemente fornido como para estar a la altura ni de los más enclenques del campeonato. Parece que le satisfacía verme hora tras hora en el gimnasio, luchando contra mi salud, tratando de ganar una masa muscular que no iba a aparecer en la vida.

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