— Ya llegó Alan, Ammy. — avisó su madre con un grito desde la puerta y la muchacha se miró al espejo.
El invierno había llegado demasiado rápido, y con él también llego Alan y su familia, mudándose a solo unas manzanas de su casa
Amelia estaba infinitamente feliz.
Adoraba a la familia de Alejandro. Leonardo era una ternura, y Alan... Bueno, él era otra historia. Le gustaba mucho.
Le encantaba su personalidad, serio y tímido, una dulzura de persona y demasiado tierno. Pero además de eso le gustaba mucho su físico. Era alto pero algo delgado, con una piel bronceada hermosa y un cabello negro demasiado suave. Era muy parecido a su padre, pero sus expresiones eran mas dulces por los genes de su madre.
Sus ojos chocolate la tenían enamorada.
Desde el día en el que su padre había hecho la parrillada había salido con Alan casi todos los días hasta que tuvo que volver a México, pero incluso ahí continuaron hablando por videollamada casi a diario.
Cuando le dijo que iban a mudarse a su ciudad casi se desmayó de felicidad. Imaginarse ser más cercana a él le agitaba el corazón.
Sonrió cuando le gustó su reflejo en el espejo. Su cabello rubio recogido y un poco de gloss cereza que contrarrestaba con su blanca piel.
Bajó corriendo hacia la sala, viendo al tímido chico frente a su madre.
— Está bien, Señorita ______, no quiero nada. — murmuró tímido, rechazando las galletas que le ofrecía la mujer por vergüenza.
— Anda, prueba una, las hice yo. — dijo Amelia, rodeando los hombros del chico con uno de sus brazos mientras le sonreía.
— Hola, Ammy... — murmuró, tomando una galleta.
— ¿Cómo estás, Alan?
— Bi-Bien... — susurró.
Su madre sonrió al verlos tan cerca. Alan era ciertamente una dulzura.
— ¿Quieres chocolate caliente, dulzura? — preguntó al mujer, caminando a la cocina. Su hija la imitó, arrastrando a su amigo hacia el lugar.
— Hola, Señor Simon. — murmuró cuando vió al hombre sentado en la mesa que usaban para desayunar, vestido con un suéter y bebiendo café.
— Hola. — murmuró, acomodando sus gafas más abajo para ver al muchacho. — ¿Cómo va la mudanza?
— Bien. Se perdió una caja con discos de papá y está como loco.
El hombre rió castamente, imaginando al hombre insultando a los encargados de la mudanza en español y su pacífica esposa intentando calmarlo.
— ¿Te gusta vivir aquí? — preguntó la adolescente, mirándolo desde cerca.
— Sí. Es, uhm, distinto a México pero me gusta mucho más. Creo que al que más le cuesta es a papá.
— Me imagino. — murmuró ______, entregándole una taza a cada uno. — ¿Quieren ir a la sala? Tengan mucho cuidado que está muy caliente.
Los adolescentes asintieron, saliendo de la cocina y cerrando la puerta.
Simon iba a hablar cuando su mujer se sentó en su regazo con una taza en sus manos.
— Te ves caliente cuando bajas tus gafas así. Pareces un empresario ocupado. — dijo sensualmente, dejando un suave beso sobre su nariz.
— Oh, cállate. Estoy ciego y viejo. — bromeó y la mujer rió, golpeandolo en su hombro.
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with you | Ghost
RomantizmCuando le dijeron que había perdido a su bebé no podía creerlo, se sentía destruida. Su instinto materno seguía a flor de piel, por eso cuando un hombre se acercó a ella con una bebé diciendo que no sabía que le sucedía no había dudado ni un segund...