Capítulo O4

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—Nid... Tengo hambreeee...

Las dos estudiantes sacaron la cabeza de sus libros cuando escucharon la voz de la pequeña. Enid le echó un vistazo al reloj de pared y frunció el ceño.

—Lo siento, peque, se me ha pasado la hora de merendar. Merlina, ¿te importa que tomemos un descanso? A nosotras tampoco nos vendría mal parar un poco.

Merlina asintió y frotó sus ojos intentando despejar la vista, llevaban más de dos horas sumergidas entre documentos. Si bien no tenía queja alguna por haber tenido la oportunidad de observar a Enid todo lo que había querido y más, ella no estaba acostumbrada trabajar tanto. Y, si aquella tarde había descubierto algo, no era que los autores del romanticismo vivían en un estado permanente de disconformidad, si no que Enid, aparte de ser la chica más bonita del mundo, era tremendamente inteligente.

Quizá la mayor no estaba poniendo toda su atención en aquel trabajo. Pero, ¿cómo hacerlo si tenía sentada a apenas unos palmos de distancia a la chica de la que estaba perdidamente enamorada? La pequeña omega siempre hablaba con dulzura y se explicaba con calma y paciencia, sonreía amablemente y arrugaba su bonita nariz cada vez que algo la confundía.

Merlina también pudo apreciar que Sinclair tendía a morder su labio inferior cuando se concentraba y, en esos momentos, la alfa no podía hacer más que mirar embelesada cómo la tentadora carne era apresada entre los dientes blancos y perfectos.

Realmente, nadie podría culparle por su falta de concentración. La rubia era el prototipo perfecto de omega, todo en ella incitaba la atracción de los alfas; su mirada chispeante, sus labios y apetecibles, su piel perfecta y su olor... Su olor. Podría escribir mil y un poemas sobre la esencia de la omega, y ninguno se acercaría siquiera a describir la perfección que representaba aquel olor.

Nunca había estado lo suficientemente cerca de Enid como para apreciar su aroma con exactitud y, una vez lo hizo, su loba interior se volvió automáticamente adicta a ella. Enid olía a vainilla y canela, a manzanas asadas y a caramelo líquido, olía a infancia y a hogar, dulce y acogedor, suave y enloquecedoramente embriagador.

Addams debía contenerse mucho para no asaltarle y deslizar la nariz por su esbelto cuello, bebiendo de aquella esencia con deleite. A ese paso, su loba enloquecería.

—¿Qué quieres merendar?

Enid había alzado a su hermana y la mantenía sobre su regazo.

—Mmm... —la niña se llevó su dedo índice a la barbilla y miró al techo, meditando su respuesta—. ¡Galletas con chispitas de chocolate! —exclamó al fin, abriendo sus brazos.

Enid rió y revolvió el pelo de la niña en un gesto cariñoso.

La mayor no podía hacer más que contemplar la familiar escena, algo en su interior se revolvía al ver a la de ojos claros siendo tan dulce con la otra, algo cálido y desconocido para ella. La palabra "hogar" resonaba en algún rincón de su subconsciente, pero desconocía su verdadero significado.

—Bien, vamos a ver si mamá no se ha comido las galletas que sobraron —dijo Enid, dejando a Love en el suelo—. Merlina, ¿quieres galletas?

Merlina contempló la amable sonrisa de la pelicorto y asintió. Quizá, el sentido de la palabra "hogar" se escondiera tras aquella hermosa expresión.

Las dos hermanas se perdieron por el pasillo, dejando a Merlina sola en el salón. La alfa se levantó de la silla y estiró su cuerpo, escuchando el crujir de sus articulaciones como respuesta. Dio una pequeña vuelta por la estancia, deteniéndose a observar el mueble de la televisión y la decena de fotos que lo adornaban.

En ellas se veía a una Enid más joven, con su rostro más aniñado y una figura menos marcada. Aun así, igual de hermosa a sus ojos. También habían fotos de Love de bebé, y otras tantas de las hermanas juntas, sonriendo alegremente a la cámara.

Hubo una foto que llamó en especial su atención, en ella también salían las niñas, pero no estaban solas. Una pareja se encontraba junto ahí, sonriendo con serenidad. La mujer era hermosa, con un cabello rubio y un rostro fino y elegante, de estatura promedio y ojos miel intenso, además de despiertos. Entre sus brazos, envuelto en una manta azul celeste, sostenía a un pequeño bebé que alzaba su manita intentando atrapar uno de los mechones rebeldes del cabello de su madre. Junto a la mujer se alzaba un hombre de aspecto exótico, con marcados rasgos. Era alto, de piel clara y mirada azulina, una espesa mata de cabello color castaño caía en ondas sobre su frente. El hombre rodeaba con uno de sus brazos la cintura de su pareja, mientras posaba su otra mano en el hombro de una muchacha, una chica sonriente de unos trece años, con cabello rubio y mejillas abultadas. Sonrió, ahora entendía de dónde había sacado Enid su hermoso cabello y sus peculiares ojos.

—Aquí están las galletas.

Merlina se giró sobresaltada en cuanto escuchó la voz de la omega.

Enid dejó la bandeja que traía sobre la mesita de café y se sentó en el mullido sofá de estampado floral que presidía la sala. Love prefirió dejarse caer sobre el parqué. La pelinegra las miró, sin saber muy bien si debería acompañarlas, hasta que la pelicorto palmeó el hueco junto a ella en el sofá.

La alfa se sentó, bastante cerca de Enid si consideramos que era un tresillo. A ninguna pareció molestarle.

—He traído zumo de manzana, no sé si te gusta.

—¡El zumo de manzana es lo mejor! ¡Es el favorito de Enid y mío!

Merlina sonrió sutilmente mirando a la pequeña.

—Así que es el favorito de Enid.

Love asintió.

—Entonces me encantará.

Y la alfa tomó el vaso y lo llevó a sus labios, ignorando el sonrojo que había aparecido en las regordetas mejillas de la contraria.

—¡Enid, parece un tomatito! —exclamó la menor.

Enid adoraba a su hermanita pero, en aquel momento, bajo la divertida mirada de Addams que tan nerviosa la ponía, habría deseado tener algo de cinta adhesiva para cubrirle la boca, o una bolsa para ocultarse de la tremendamente atractiva sonrisa ladeada de Merlina.

intocable; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora