Epílogo

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—¡Merlina Addams, es la cuarta vez que te digo que no metas la mano en el bowl de las galletas!

—Pero es que la masa es lo mejor.

La alfa hizo un exagerado puchero y miró a Enid intentando parecer adorable.

—Eso no te va a funcionar —dijo entre risas la omega.

—Cierto, la única adorable aquí eres tú.

La pelinegra tomó la cintura de su pareja y tiró de ella hasta estrecharla contra su cuerpo. Las mejillas de Enid estaban sonrojadas, como cada vez que Merlina le hacía un cumplido. No importaba el tiempo que pasara, Enid Sinclair seguía siendo la misma dulce omega que volvía loca a cierta alfa cascarrabias.

Sonreían mientras se miraban a los ojos con un amor tan profundo que no podía expresarse con palabras. Lentamente, Merlina acortó la distancia hasta rozar sus labios con los de Enid, siempre tan dulces y apetecibles. El beso empezó con calma, suavemente, las dos disfrutaban del contacto, pero a Merlina nunca le había gustado andarse con miramientos.

Afianzó su agarre en la cintura y profundizó el beso, introduciendo su lengua en la boca de una Enid que estaba a punto de explotar. Un gemido escapó de los labios de la menor y Merlina respondió gruñendo con satisfacción. Lentamente llevó sus manos al trasero de la chica, liberando su cintura, amasando y disfrutando de aquella zona que tanto le gustaba del cuerpo de su omega. ¿A quién iba a engañar? Todo en Enid la volvía loca.

—Merlina...

—Dios, Niddie. Te quiero tanto —medio gruñó.

—¡Iiiiiiuugh! ¡Qué asco, que asco! ¡Por favor, busquen un hotel!

Una niña de doce años entró a la cocina, obligando a la pareja a separarse. Enid rió tímidamente y Merlina escondió el rostro en el cuello de la omega, intentando tranquilizarse. Otra vez sería.

—¡Oh, estás haciendo galletas! —exclamó Love emocionada.

Enid asintió sonriente.

—Estaba a punto de llamarte para que echaras las chispitas de chocolate.

Merlina sonrió, algunas cosas nunca cambiaban. Aún no conseguía explicarse cómo alguien de veintitrés años podía ser tan jodidamente adorable como lo era Enid.

—¡Ey, pero no metas la mano en la masa!

—¡Pero es que es lo mejor!

Enid suspiró resignada.

—De verdad que no tienen remedio ustedes dos.

Intentaba parecer enfadada, pero la suave sonrisa que asomaba de sus labios la delataba.

Merlina rió suavemente contra el cuello de la ojiazul. Aquellos eran los momentos que la hacían sentirse plena, junto al amor de su vida y su pequeña cuñadita, en ocasiones incluso con su entrañable suegra.

Hacía años que se había marchado de aquella cárcel que llamaba hogar y se había despedido de aquella mujer cuyo certificado de nacimiento aseguraba que era su madre. Se había alquilado un pequeño apartamento, aunque, a decir verdad, pasaba más tiempo en casa de las Sinclair que en su piso.

Enid cumplió su sueño de estudiar repostería y había conseguido un empleo en una coqueta dulcería del vecindario, muy cerca de su casa. Merlina estaba estudiando fotografía, intentando abrirse un hueco en la industria fotográfica. Todo era tan perfecto que parecía un sueño.

Abrió los ojos y besó la marca que le hizo a Enid seis años atrás, apenas una semana después de empezar a salir con ella. Aquella marca que hacía su vínculo oficial, la marca que las unía para siempre.

—¿Cuánto van a tardar las galletas, Nid?

—Depende de cuánto tardes en recoger tu cuarto, señorita.

—¡Pero eso no es justo!

Merlina se separó de Enid y miró a Love. La preadolescente era la versión miniatura de su pareja, todo cachetes adorables acompañados por unos tiernos hoyuelos y labios abultados que sobresalían más cuando hacía pucheros, como en aquel momento.

—La vida no es justa, Love. Es hora de que vayas aprendiéndolo —bromeó Merlina.

Love rodó los ojos y sonrió antes de salir de la cocina rumbo a su cuarto. Era una gran niña, muy dulce y obediente. Había sido presentada como alfa a los nueve años.

Enid se separó de Merlina y continuó con el dulce.

Merlina la miró fascinada mientras Enid trabajaba concentrada, algo de harina manchaba sus mejillas, haciéndola ver jodidamente tierna. Merlina suspiró y sonrió, llamando la atención de la rubia que la miró y sonrió de vuelta.

—¿Qué pasa?

La sonrisa de Merlina se ensanchó.

—Nada, simplemente... Soy feliz.

Intocable | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora