Capítulo 1O

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Aquel día también habían tenido gimnasia, atletismo, concretamente. Todos y cada uno de los músculos de Merlina se resentían a cada paso que daba. Entró al vestuario y arrugó la nariz con desagrado, allí apestaba a alfa sudoroso, y el dulce aroma de Enid no estaba para camuflarlo; el profesor la había mandado recoger el gimnasio. Seguro que lo único que quería era ver cómo la omega se agachaba a recoger los conos del circuito. Addams gruñó ante esa idea. Abrió su taquilla y sacó su bolsa de deporte, se quitó la camiseta y la cambió por una limpia, después hizo lo mismo con los pantalones.

—Ya lo creo, es increíble.

La voz de Olivia llegó a sus oídos desde un par de taquillas de distancia. Hablaba animadamente con Emily, una beta que solía rodearse de alfas y que no le caía demasiado bien a la de pecas.

—Es la omega perfecta, casi de ensueño. Es dulce, es atenta y tremendamente guapa —oyó.

—Y no nos olvidemos de que está buenísima. ¿Ese culo es normal en una persona? No puedo mirar a otro lado cuando corremos —respondió Emily.

Las dos amigas rieron socarronamente y Merlina apretó los puños. No podían estar hablando de quien ella creía que estaban hablando.

—¡Ya te digo! Enid volvería loco a cualquiera, como me gustaría marcarla y poder folla...

Oh sí, lo estaban haciendo.

Merlina cerró la taquilla con tanta fuerza que hizo vibrar todas las demás. El vestuario se sumió en un pesado silencio. Lentamente, como un lobo acorralando a su presa, se acercó a las otras dos chicas que la miraban con una mezcla de curiosidad y temor. Destellos rojos manchaban las oscuras pupilas de la alfa. Merlina Addams estaba enfadada de verdad.

—Me gustaría formar parte de su conversación, ¿de quién hablaban? —preguntó con la miel bañando sus palabras. Era una trampa.

—De... De Enid Sinclair—respondió Olivia temerosa.

Nunca había hablado con la pelinegra, nadie lo había hecho en realidad. Bueno, nadie excepto Enid. Emily tragó saliva en cuanto se dio cuenta de que la había cagado pero bien.

—Ah, sí, Enid. Es una gran omega, ¿verdad? ¿Qué decías que te gustaría hacerle, Emily? —volvió a preguntar, apretando la mandíbula y mirando a la muchacha baja con fingida curiosidad. Merlina era la aparentemente inofensiva Venus Atrapamoscas que esperaba pacientemente para devorar a su presa.

La beta retrocedió un paso, asustada. Todas las historias que había escuchado sobre Merlina Addams se sucedían en su cabeza como pequeños y terroríficos sketches, en ese momento, la imponente alfa se cernía sobre ella con la furia homicida dibujada en su rostro. Ninguna de aquellas historias era cierta, pero Merlina estaba dispuesta a hacerlas todas realidad con aquellas dos imbéciles que habían mancillado el nombre de Enid. ¡Solo ella podía pensar en Enid! ¡Solo ella podía mirarla!

—Na-nada... Solo...

La alfa interrumpió la trémula respuesta dando un fuerte golpe a una de las taquillas. El estridente sonido metálico heló la sangre de todas las que estaban presenciando aquella escena.

—No quiero que ninguna de ustedes vuelva a hablar de Enid Sinclair como si fuera un trozo de carne, ¿me han entendido? Ninguna está a la altura siquiera de la jodida suela de sus zapatos —bramó con furia.

Aquello era una advertencia, no solo para Olivia y Emily, sino para todos los presentes. Enid Sinclair ya no estaba en el mercado, y pobre del que intentara tocarle un solo pelo.

Merlina se apartó de las dos chicas en cuanto percibió el aroma de la rubia, y unos segundos después entró la sonriente omega. Todas volvieron a la normalidad como si nada hubiera pasado mientras Enid cambiaba su ropa de deporte por una delicada falda blanca y una camiseta rosa bebé. Por una vez en todo el curso, la única que la observaba hacerlo era Merlina.

Cuando terminó de vestirse, se acercó a la pelinegra tan sonriente como siempre. Y, como cada vez que la omega rondaba cerca, Addams sintió el aire escapar de sus pulmones.

—Mer, ¿quieres almorzar conmigo y con Yoko?

—¿Con Yoko? —preguntó dudosa.

Ella asintió, sonriente. Merlina suspiró, preferiría almorzar solo con Enid, pero no tenía más remedio que aguantar a su amiga.

—Está bien.

En algún punto del camino a la cafetería, Enid se colgó del brazo de la alfa. La gente se apartaba a su paso, mirándolas aún sin terminar de creérselo. La historia del incidente en los vestuarios había corrido como la pólvora y todo el que estudiaba en ese instituto ya sabía que Enid Sinclair era zona prohibida. Aunque la omega parecía ajena a todo eso y caminaba feliz colgada del brazo de la mayor, casi saltando por los pasillos.

—¿Tienes hermanas, Mer?

—¿Cómo? —preguntó desconcertada por la pregunta.

—Sí, es que le caíste muy bien a Love, así que pensé que a lo mejor tú también tenías una hermanita pequeña.

—No, soy hija única.

—Vaya, ¡entonces se te dan genial los niños!

Merlina rió.

—No lo creo —negó divertida.

—¿No te gustan? ¡A mí me encantan! Me encantaria tener un montón de pequeñines correteando por mi casa dentro de unos año —habló felizmente con aire soñador. Jodidamente adorable.

En la mente de Merlina se proyectó la imagen de Enid unos años mayor, con una prominente barriga, con un niño pequeño entre sus brazos.

Merlina sonrió, aquella era la visión de un futuro utópico e irreal, pero maravillosamente feliz.

—No es que no me gusten, es cuestión de tenerlos con la persona indicada.

Enid sintió sus mejillas enrojecer, pero era imposible que Merlina se refiriera a ella.

Finalmente, llegaron a la puerta de la cafetería y aquel tema quedó olvidado.

Yoko ya las esperaba en la mesa que solía compartir con su amiga. Había tenido que saltarse la clase de gimnasia por una reunión con el tutor. No parecía demasiado feliz de ver a la alfa, aunque ya sabía que almorzaría con ellas.

Después de ir a comprar el almuerzo, las tres se sentaron en la mesa.

Merlina aún se sentía extraña almorzando en compañía, pero la presencia de Enid hacía que valiera la pena toda la incomodidad.

—Esto... Merlina, ¿te apetecería venir con Yoko y conmigo a ver una película el viernes por la noche? —preguntó tímidamente la rubia.

Vale, eso no se lo esperaba.

—¿Yo?

—Claro que tú, idiota, ¿o ves a alguna otra Merlina sentada en esta mesa?

—¡Yoko! —le gritó a su amiga.

Yoko se encogió de hombros y siguió comiendo su sándwich.

Merlina sopesó sus opciones, podía decir que no y desaprovechar una ocasión de estar con Enid o podía aceptar y aguantar a su amiga durante toda una tarde... ¿A quién quería engañar? Nunca podría decirle que no a Enid.

—Está bien, pero, ¿les importa que lleve a una amiga?

Necesitaba distraer a Yoko para poder tener a Enid para ella sola, y Divina era la indicada para eso.

intocable; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora