Capítulo 42: Flores

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Bajo un cielo plomizo, que parecía reflejar el pesar de la ocasión, se erigía una sepultura de granito; imperturbable y fría como el corazón que yacía bajo ella. El viento susurraba palabras no dichas, mientras el cielo arrojaba gotas de lluvia como lágrimas no derramadas.

Las flores, depositadas con cuidado en floreros a los costados de la entrada del mausoleo, simbolizaban los fragmentos de afecto no compartido en vida; un tributo a la complicada relación que nunca pudo florecer. Cada pétalo, caído con delicadeza, hablaba de los gestos nunca realizados, de las palabras jamás dichas.

En este funeral, la dureza del corazón del difunto se manifestaba no en palabras, sino en el vacío de las emociones compartidas entre los expectantes, en el eco de los amores que por él habían sido negados y también, en la ausencia de la reconciliación que dos corazónes hubieran necesitado. Era una despedida que revelaba la tragedia producto de un legado de indiferencia y prejuicio; un lamento silencioso por lo que pudo haber sido, pero nunca fue.

El funeral del padre de Tetsuhiro, sin lugar a dudas, se transformó en una ceremonia de profundo y solemne cariz, caracterizada por la presencia de ejecutivos de aspecto imperturbable y sereno. Eran hombres y mujeres que habían compartido innumerables horas en la empresa que el difunto había liderado. Aunque sus semblantes no reflejaban emoción alguna, sus miradas denotaban el respeto y la admiración que sentían hacia la capacidades específicas del hombre que ahora descansaba eternamente.

Tetsuhiro y los Tatsumi se encontraban entre los allí presentes. A pesar del temperamento difícil de Souichi, él acompañó a Tetsuhiro en ese momento de duelo, comprendiendo que su presencia era indispensable y que, si fuera necesario, Tetsuhiro le solicitaría su apoyo.

Mientras tanto, el de cabellos platinados se limitaba a solo no soltarle su mano. Sabía que era una manera eficaz de mantener al hombre entre ellos y no con la mente divagando por siempre quién sabe donde.

Souichi observaba el portal con irrefrenable dureza y predilecto resentimiento, a la vez que le pesaba en su corazón los pensamientos que le mostraban la escena de reconciliación que sus ambarinos, y ahora apagados ojos, nunca pudieron ver.

La madre de Tetsuhiro, una mujer de porte firme y sereno, aunque imbuida de tristeza, esperó pacientemente a que la ceremonia de entierro llegara a su fin. Una vez que las últimas palabras de despedida se pronunciaron y las flores fueron arrojadas a la tumba, con ternura, tomó al menor de sus dos hijos y lo apartó hacia un lado.

Desde una cierta distancia, los Tatsumi observaban la escena, siendo plenamente conscientes de la tensión que envolvía este encuentro. Souichi se sintió contrariado por la manera tan evidente en que la mujer lo apartó, aunque comprendía que el momento era delicado para Tetsuhiro y no quería complicar las cosas innecesariamente al interrumpirlos.

No obstante, a pesar de no poder escuchar sus conversaciones, se mantuvo alerta, intentando descifrar sus palabras mediante la lectura de labios de ambos. Necesitaba obtener al menos una idea mínima (aunque quizás errónea) de la conversación, para evitar perder el tiempo sintiéndose inquieto y ansioso.

Tetsuhiro no la miraba. El solo obligarse a intentar conectar sus ojos con los de él le daba un dolor agudo e implacable en el alma, recordándole las oportunidades perdidas y el vacío que ahora quedaba. El silencio entre madre e hijo, roto solo por el susurro de la lluvia y el suspiro del viento, era el testigo mudo de un pasado que no podría ser cambiado y un futuro incierto que yacía ante ellos.

En ese momento de soledad compartida, Tetsuhiro y su madre se encontraron en un mundo donde las palabras parecían pesar más que nunca. La madre, con los ojos entrecerrados por la tristeza que había marcado su vida, comenzó a hablar con una voz suave y temblorosa, como si las palabras fueran delicadas flores que no quisiera marchitar.

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