Capítulo 12: Curación

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Los árboles fuera de la casa estaban cargados de ciruelas verdes cuando Hashirama, después de examinar de cerca el estado de Tobirama, le dio permiso para irse.

“No me molestaré en decirte que no te esfuerces” dijo Hashirama cruzando los brazos sobre su pecho. “Puedes ser un idiota, pero no eres estúpido”. 

“Gracias” dijo Tobirama sarcástico. 

Se puso la camisa y se ató los pantalones por debajo de la rodilla.

“¿Zosui* para cenar mañana?” dijo mirando a su hermano.

La cara de Hashirama se iluminó y asintió con entusiasmo.

“Conseguiré algunos champiñones mientras estoy fuera” dijo Tobirama, “así que no prepares nada mientras no estoy”. 

“Hombre, debería curarte más a menudo” dijo Hashirama melancólicamente.

Estaba anocheciendo cuando Tobirama se dirigía a la montaña Shinobu. En cuanto estuvo solo, todo rastro de jovialidad se desvaneció de su rostro y la anticipación le hizo un nudo en el estómago. No sabía si Izuna estaría allí, pero la más mínima posibilidad de que sus caminos se cruzaran le daba velocidad a su andar. Era pleno verano y habían pasado dos semanas desde la batalla. El aire húmedo le rodeaba y los insectos anunciaban la llegada de la noche, pero lo único que tenía en la cabeza era la figura de Izuna, que se enroscaba fuera de su alcance.

El valle de Sakegawa estaba repleto de verdes campos de arroz y en la creciente oscuridad se veían las luces de las granjas mientras las familias se reunían en el interior para la cena. Tobirama se detuvo entre las hierbas y exploró con sus sentidos la zona en busca de enemigos. Al límite de su alcance, detectó la presencia de una figura solitaria en lo alto de la montaña: Izuna estaba allí y lo estaba esperando.

Los prados y los árboles pasaban de largo y por la presión que sentía en su pecho, Tobirama sabía que iba demasiado rápido, pero no podía frenar. Izuna estaba solo allí arriba, quizás esperando que Tobirama apareciera y ​​Tobirama se preguntó cuántas veces Izuna había atravesado la ladera de la montaña en vano mientras él había permanecido en cama. Esta vez, al menos, no sería en vano. Esta vez, Tobirama venía.

El claro en la cima de Haguro-san se abría a los cielos oscuros e Izuna estaba en lo alto de la pira reconstruida, con el cabello ondeando a su espalda. Sus ojos se dirigieron al bosque tan pronto se dio cuenta de que alguien se acercaba. Cuando Tobirama apareció, la cautela en los ojos de Izuna se convirtió en sorpresa.

Bajó de un salto y se dirigió hacia él, bebiendo la vista de Tobirama como si esperara que desapareciera. Tobirama tuvo que luchar contra el desesperado impulso de acercarse a Izuna, deteniéndose a un brazo de distancia y mirándolo de arriba abajo. Izuna había renunciado a su túnica de cuello alto, a favor de un traje de verano más ligero y sus ojos brillaban en la oscuridad mientras miraba fijamente a Tobirama.

“Me alegra verte”, dijo con una sinceridad que le indico a Tobirama que el sentimiento no era solo un saludo superficial.

“A mi también” dijo Tobirama.

“¿Estás bien?” pregunto Izuna.

Las palabras salieron torpemente, como si Izuna no hubiera querido decirlas en voz alta y Tobirama conocía perfectamente el conflicto de sentimientos que sin duda había estado causando estragos en la mente de Izuna en su ausencia.

“Estoy bien”, dijo Tobirama.

Izuna asintió en señal de comprensión, aunque no dijo en voz alta lo que sentía al respecto. 

“Siento no haber podido venir antes” dijo Tobirama.

“No, no te disculpes” dijo Izuna. “Pensé…. quiero decir, me imaginé que habías sobrevivido. Si hubieras muerto, mi padre se habría enterado de una forma u otra. Ven –dijo, dándose la vuelta–. La linterna está encendida”

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora