Capítulo 36: Fuerza

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Tobirama e Izuna permanecieron hablando hasta que les interrumpió el canto de los pájaros, que anunciaban la llegada del amanecer. En su forma actual, parecía que Izuna no necesitaba dormir, pero se cambió su bata de cuello alto por una yukata de algodón más cómoda mientras Tobirama se preparaba para ir a la cama. Se tumbaron en los futones uno al lado del otro y gracias al resplandor azul grisáceo que se filtraba entre las contraventanas, Tobirama pudo ver el rostro de Izuna, quien dejó de ser una aparición fantasmal en la oscuridad de la noche para convertirse en una familiar y apacible manifestación de descanso. Los dedos de Tobirama se movieron con ganas de acercarse y tocarlo, –acariciarle la mejilla o apartarle los mechones de pelo de la cara–, pero se contuvo. La forma física de Izuna no era realmente la suya y cualquier calidez que Tobirama pudiera sentir era mera ilusión; así que cerró los ojos y dejó que su mente se dejara arrullar por el sonido de la constante respiración de Izuna.

Pero no pudo conciliar el sueño. Cada vez que sentía que se quedaba dormido, no podía evitar comprobar que Izuna siguiera allí. El miedo de que su reencarnación no fuera más que un sueño era tan real que no lograba dormirse. Esperaba abrir los ojos y encontrarse una vez más solo, en una casa que se estaba deteriorando lentamente, rodeado de papeles arrugados y fórmulas tachadas, sin nada más que la frustración para aliviar el dolor.

Cuando Tobirama miró a Izuna por cuarta vez, Izuna suspiró y se movió.

"¿Qué estás....?, tartamudeó Tobirama.

Izuna simplemente atrajo a Tobirama hacia su pecho y presionó sus labios en la parte superior de la cabeza de Tobirama.

"No voy a ninguna parte", murmuró Izuna. "Estaré aquí cuando despiertes. Lo prometo".

Aunque su cuerpo no era real, la calidez de su tierno abrazo llegó hasta el alma de Tobirama. Éste, se relajó a su pesar y rodeó con su brazo la cintura de Izuna. Esta vez, cuando cerró los ojos, dejó que se quedaran así, concentrándose en la forma del cuerpo de Izuna contra el suyo. Cada recuerdo revivido palidecía en comparación con el real. Por primera vez, desde la muerte de Izuna, el sueño de Tobirama era demasiado profundo incluso para soñar.

*******

Ahora que el ninjutsu de Invocación: Reencarnación del Mundo Impuro había sido un éxito e Izuna estaba finalmente aquí, la energía de Tobirama se dirigió a otros asuntos que hacía tiempo dejó de lado.

"Kage es el último del clan Yotsuki que queda", le dijo a Izuna mientras se vestían con ropa de batalla.

"¿Mataste al resto?", preguntó Izuna suavemente.

Tobirama le miró de soslayo a la cara, pero allí no había ninguna señal de acusación.

"Sí", dijo Tobirama volviendo a hacer sus maletas. "Mentiría si dijera que solo fue para apaciguar tu espíritu. El hecho de que Kintō nos traicionará al final por el bien de su clan... no podía soportar su existencia. Lo único que lamento es haberlo matado primero".

Tobirama no estaba orgulloso de lo que había hecho, pero sabía que Izuna lo entendía. Así era la guerra. Tobirama no podía expresar con qué desesperación lo había consumido la sed de venganza, cómo había pasado meses en la intemperie rastreando a todos y cada uno de los integrantes del clan Yotsuki, matando impunemente a hombres y mujeres, shinobi y civiles. No podía admitir ante Izuna la pasión con la que había perseguido el sentimiento de venganza maliciosa que aliviaba su luto, ni el conflicto moral que latía bajo todo aquello.

"Me crucé con Kage hace algún tiempo y logré colocarle la fórmula de teletransportación", continuó Tobirama. "En ese momento, tenía la intención de matarlo y terminar con los Yotsuki para siempre; pero ya había empezado a trabajar en el jutsu para traerte de vuelta y decidí dejarlo vivir un poco más. Quizás su muerte tenga un mayor efecto si participas personalmente".

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora