Capítulo 16: Botín de Guerra

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El amanecer del día siguiente estaba lleno de una espesa niebla y todos los shinobi del campamento se despertaron temprano para la guerra. Las condiciones para atacar el castillo de Yagetsu eran perfectas: estaba oscuro y nublado, y la niebla que cubría la llanura de Nambu garantizaba que no serían vistos hasta que estuvieran en las puertas de la fortaleza. Tobirama se vistió con su armadura azul plateada, con cuello de piel de lobo y se pintó la cara con rayas de color rojo sangre, antes de unirse a las tropas de los Nara y Shimura. La fuerza de los Nara era pequeña y la de los Shimura estaba formada principalmente por soldados campesinos de infantería, pero junto con los Senju, su fuerza era formidable. Cruzaron el río Kitakami con Butsuma Senju, Shintarō Nara y Daizen Shimura a la cabeza, y atravesaron la llanura hacia el noroeste como si fueran fantasmas en la niebla.

No fue hasta que Tobirama pudo ver la impotente fachada de madera del castillo de Yagestu, erguida audazmente sobre las colinas de color verde grisáceo de las montañas que escucharon el sonido de las campanas.

“Nos han visto”, dijo Hashirama, que corría a su lado.

“No han tardado mucho”, dijo Tobirama.

“¡En posición!”, ordenó Butsuma a los guerreros que lo seguían.

La orden resonó en las filas y los shinobi se organizaron en bandos. Tobirama y Hashirama compartieron un firme asentimiento antes de separarse. Siendo los combatientes más fuertes, debían acercarse al fuerte desde lados opuestos y forzar cualquier defensa que encontraran hacia la vanguardia principal. Una vez que comenzó la lucha, el único deber de Tobirama era infiltrarse en el castillo y reclamar la reliquia sagrada, –la Espada del Dios Trueno–, en nombre de su padre; pero, Tobirama tenía la inquietante expectativa de que las cosas no saldrían según lo planeado. La espada era un arma legendaria y poderosa que valía cien veces el valor del Valle Sakegawa, y ningún guerrero que se hiciera llamar shinobi dejaría que una buena prueba se desperdiciara.

Una brisa inusualmente fría soplaba desde las montañas, rasgando la niebla que se extendía sobre la llanura y el castillo se alzaba entre los tonos verdes y grises como una enorme bestia. Tobirama se apartó hacia la izquierda, liderando a su equipo de shinobis, mientras Hashirama lo imitaba hacia la derecha. Justo cuando estaban lo suficientemente cerca como para que Tobirama pudiera distinguir la base del castillo, la ladera estalló de repente con una explosión que hizo temblar la tierra. Las tropas invasoras retrocedieron con gritos de consternación mientras el polvo y el humo se elevaban hacia el cielo, oscureciendo por completo la fortaleza. Entonces, del humo surgió una figura solitaria que salió corriendo a toda velocidad a su encuentro. 

“¡HASHIRAMAAAAAAAA!” rugió.

Era Madara Uchiha. Por supuesto, pensó Tobirama secamente. Nadie más estaba tan loco como para atacar a un ejército entero solo. Tobirama rezó una plegaria de suerte para su hermano y se cubrió la cabeza con el brazo mientras el suelo era sacudido por otra explosión. De los muros de la fortaleza salieron shinobis y soldados de primera línea. Butsuma tenía razón: el clan Yotsuki era enemigo, pero tenían el honor suficiente para enfrentarse a ellos en el campo de batalla. 

“¡Cortadles el paso!” gritó Tobirama a los shinobi que lo seguían. “¡No dejéis que se organicen!” “¡Kage Bunshin no Jutsu!

Su clon de sombra condujo a su equipo a la lucha, mientras él retrocedía para evaluar la escena. El asentamiento de los Yotsuki estaba rodeado por un alto muro de madera que se veía periódicamente interrumpido por torres de vigilancia, desde las cuales los shinobis escondidos hacían caer una lluvia de fuego y otros ataques ninjutsu sobre los invasores. Más allá estaban las casas del clan Yotsuki, enclavadas con las montañas a sus espaldas, y en el centro se alzaba el castillo. A primera vista parecía muy alto, pero en realidad, tenía solo tres pisos. Su altura se debía principalmente a su base de piedra, que equivalía aproximadamente a la mitad de la altura de toda la estructura, y la colina, sobre la que se construyó, se elevaba por encima de las casas de los alrededores. A través del asentamiento corría el río Koromagawa, que bajaba hacia el sur para alimentar Kitakami y toda la llanura entre el río y las montañas era un mosaico de campos y granjas que alimentaban al pueblo Yotsuki.

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora