Capítulo 19: Ermita

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Un viento fresco soplaba desde las montañas y Tobirama deslizó sus manos dentro de sus mangas. A su alrededor se oía el correr de las hojas y en algún lugar cercano se oía el sonido de un arroyo. Detrás de él se extendían las estribaciones de la cordillera, que caían en olas hacia el mar de la Llanura de Nambu. Delante de él se elevaban los imponentes picos de la montaña Ōu. La brisa era fresca y Tobirama ya sentía los aires otoñales en las alturas, aunque la llanura seguía siendo exuberante y verde. El sonido profundo y fuerte de una campana reverberó en los valles y hondonadas de los alrededores y Tobirama se detuvo en seco para escuchar su lúgubre eco antes de apresurarse a subir por el sendero cubierto de espinos.

Al llegar a la puerta Torii cubierta de musgo, se quitó la capucha y subió los numerosos escalones de piedra que conducían a la cima de la montaña. El tañido de la campana se hizo más fuerte y cuando llegó al final de los escalones, los terrenos de un templo se alzaron ante él. Unos monjes vestidos con túnicas negras se apresuraban por el patio para realizar la oración del mediodía y Tobirama los saludó cortésmente al pasar. Subió los escalones del templo, rodeó la entrada, se inclinó rápidamente ante el sacerdote principal que apareció por la esquina flanqueado por sus discípulos y volvió a subir por el bosque hasta que el tañido de la campana se escuchó distante detrás de él.

Una vieja ermita apareció entre la maleza como si emergiera del propio bosque, y Tobirama llamó a la puerta con un patrón rítmico antes de abrir y entrar.

"Llegas tarde'", dijo la voz de Izuna proveniente del interior de la casa.

"Lo siento", dijo Tobirama desabrochándose la capa y colocándola en una percha. "Tuve que sustituir a mi hermano en una reunión que parecía que no iba acabar nunca".

"Bueno, empecé sin ti".

Tobirama se quitó los zapatos en la entrada y subió al suelo del tatami. El interior estaba oscuro debido al espeso follaje que había fuera de las ventanas y a los postigos que se habían quedado envejecidos en sus marcos, pero había fuego en la chimenea, que ardía alegremente en el centro de la habitación. Izuna estaba sentado al lado, iluminado por el cálido resplandor y la débil luz del sol que se colaba por la ventana de enfrente. Había un pergamino abierto en el suelo frente a él y levantó la vista cuando Tobirama se acercó y le tendió una bolsa tejida.

"Para ti", dijo Tobirama.

Adentro había algunas peras y un ramillete de valerianas amarillas y tréboles atados con un cordel. Tobirama se giró para recoger más leña para el fuego antes de que pudiera ver la alegría iluminar el rostro de Izuna.

Tras el incendio del valle Sakegawa, la lucha se había intensificado y las fronteras entre clanes iban y venían. Tobirama se había afligido y se había sentido a la deriva por un tiempo, sin saber cuándo, ni dónde podría volver a reencontrarse con Izuna. El clan Senju había contraatacado ferozmente, haciendo retroceder a su enemigo hasta el río Koromagawa que rodeaba el castillo de Yagetsu y el clan Nara había reclamado para sí las estribaciones de las montañas Ōu para ellos. Por lo tanto, a Tobirama se le asignó nuevamente la tarea de reconocimiento sensorial y encontró su camino hacia las montañas que cercaban la llanura inferior. Fue allí donde descubrió el templo, y los monjes le hablaron de una vieja cabaña que una vez había sido la morada de un sacerdote solitario que se había entregado a una vida de ascetismo solitario. Después de la muerte del sacerdote, la cabaña había sido abandonada a las estaciones más duras y abruptas de las alturas, pero Tobirama había descubierto que era un lugar tan habitable como cualquier otro una vez que consiguió abrir la puerta.

Izuna permaneció en el castillo Yagetsu en lugar de su padre y actuó como refuerzo de las tropas Shimura, quienes operaban desde su nueva fortaleza. Tobirama esperó muchas noches su oportunidad para teletransportarse a su lado e indicarle cómo llegar al templo de la montaña. Allí, le había encomendado al sumo sacerdote que guiará a Izuna a la ermita en el bosque y por fin se habían reunido.

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora