Capítulo 13: Pleno verano

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Era un caluroso día de verano y abajo en el valle, los campos de arroz silbaban y se agitaban. Los granjeros cantaban mientras cortaban las malas hierbas, los cormoranes pescaban en el serpenteante río, y en lo alto de la montaña, Tobirama yacía con la cabeza apoyada en su brazo, leyendo en voz alta un libro que sostenía en lo alto por encima de él. 

–”Con un viaje aún largo en perspectiva, mi estado me desasosegaba aunque el andar de peregrino por lugares perdidos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y resignarse a su impermanencia: si muero en el camino, será por voluntad del cielo. Estos pensamientos me dieron ánimos y zigzagueando de aquí para allá por las veredas dejamos atrás la Gran-Puerta-de-Madera de Date”. ¹

Izuna se sentó de espaldas a la pira, abanicándose ligeramente con un abanico de mano mientras escuchaba. Los insectos cantaban, los pájaros trinaban y una abeja trabajaba perezosamente en las flores que los rodeaban. El pequeño santuario cercano tenía una nueva soga shimenawa* de la que colgaban serpentinas de papel que Izuna había traído de su casa y en el altar se habían dejado ofrendas de onigiri y cerezas frescas.

Mientras Tobirama leía, se dio cuenta de repente que la vida no parecía tan mala como de costumbre. La sensación le había llegado sin que se diera cuenta, pero la simple verdad lo estaba mirando a la cara, o más bien estaba sentado con los ojos cerrados, abanicándose. La voz de Tobirama vaciló y guardó silencio. Izuna abrió un ojo. 

“¿Qué pasa?”, preguntó.

“Nada”, dijo Tobirama.

Pero no siguió leyendo. En cambio, colocó el libro abierto contra su pecho. Después de su indulgencia en la intimidad, algo entre ellos había cambiado innegablemente. No lo habían dicho en voz alta, pero el entendimiento mutuo parecía haberse establecido por sí solo: su relación como enemigos había terminado y había sido sustituida por una relación de un tipo muy diferente.

“Es un buen día para leer”, dijo Tobirama.

“Sí”, suspiró Izuna. “¿Así serían nuestras vidas si no fuéramos shinobis?”

“Si no fuéramos shinobis, estaríamos en los campos con la espalda adolorida bajo el sol” dijo Tobirama.

“Todavía me cuesta averiguar si eres pesimista o realista”, reflexionó Izuna.

“Depende de si me comparas contigo o con cualquier otra persona”, dijo Tobirama.

“¿Estás diciendo que soy optimista?”

“Eres un romántico, que es básicamente lo mismo”. 

“Haces que suene como algo malo” dijo Izuna con reproche.

“No lo es”, dijo Tobirama, y ​​lo decía en serio. “Entre nosotros hay equilibrio, ¿no crees?”. 

Izuna concedió con una sonrisa.

“Sí”, dijo. “Lo creo”. 

Una brisa demasiado suave, incluso para agitar las hojas en lo alto, hizo que unos mechones rebeldes del cabello de Izuna revolotearan suavemente contra su mejilla. Tobirama recordó lo que sentía al acariciar su piel y sintió una repentina envidia por la brisa fortuita.

“Anoche probé mi ninjutsu de teletransportación” dijo, tras una pausa.

“¿De verdad?” dijo Izuna.

“Ajá”

“¿Funcionó?” 

–Bueno, sí y no. Conseguí pasar del salón a la puerta principal, pero no lo llamaría exactamente “teletransportación”. 

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora