Capítulo 30: Soba

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La nevada les hizo comprender a los monjes que el tiempo en el extranjero se había terminado. Regresaron al templo para prepararse para las próximas ceremonias de Año Nuevo y el plan de Tobirama e Izuna para resolver el problema del Byakugan en sus propios términos tuvo éxito. Sin embargo, con lo que no contaban era que algunos integrantes del bando enemigo habían escapado de la masacre de la sala de oración y habían huido a lo más profundo de las montañas. En las cumbres y valles ya se habían oído rumores de guerreros imbatibles que mataban a monjes rebeldes; pero ahora se corrió la voz de demonios vestidos de blanco y negro que luchaban siguiendo la voluntad de los dioses. El hecho de que un grupo de más de cuarenta monjes guerreros con el Byakugan a la cabeza hubiera sido destruido aceleró los rumores, que poco a poco se difundieron hasta la llanura de Nambu. Butsuma Senju era lo suficientemente sabio como para discernir fragmentos de verdad en medio de los fantásticos informes y sintió curiosidad por las identidades de los supuestos guerreros demoníacos.

Tobirama fue, por el momento, ajeno a los rumores que lo predecían, y regresó a las tierras Senju por un tiempo para cumplir allí con sus deberes. Algunos de sus compañeros de clan se habían ido al campo de batalla mientras que otros regresaban para tomarse un respiro, pero ninguno cuestionó al hijo de Butsuma sobre su paradero durante las últimas semanas. Sentado solo en la sala de su antigua casa, Tobirama recordó a Hashirama. Ambos habían vivido y dormido en esta casa junto con sus otros hermanos cuando todavía estaban vivos, y Tobirama recordó muchas conversaciones y debates que habían mantenido junto al fuego sobre cualquier cosa –el temperamento de Kawarama, la sensibilidad de Itama, la mediación de Hashirama– y se dio cuenta de que extrañaba a sus hermanos. Si había alguien con quien deseaba compartir las alegrías de sus inminentes nupcias, serían ellos. A sus hermanos se les había arrebatado la oportunidad de tener paz y felicidad, ya que Butsuma había considerado que sus vidas eran un precio justo por una fugaz victoria marcial. Tobirama había estado atado a la rueda de la guerra desde antes de nacer. Nunca pensó que la vida y el amor ganarían a pesar de las adversidades en su contra. Nunca imaginó que tendría un propósito mayor que la victoria, pero la verdad latía firmemente en su corazón.

Mientras se acomodaba junto a la chimenea para leer los informes, sintió un calor intenso debajo de su camisa. El pergamino del portal de Izuna se había activado y lo extendió en el suelo, donde rápidamente estalló en llamas incandescentes. Las llamas se apagaron y revelaron a Izuna, que se apartó del pergamino con una sonrisa.

"Buenas tardes", dijo.

"Creo que nunca me acostumbraré a esto", dijo Tobirama enrollando el pergamino y metiéndoselo de nuevo en su camisa.

"Ahora ya sabes cómo me siento cada vez que te teletransportas delante de mí", sonrió Izuna. "Al menos el calor del pergamino te avisa. Nunca sé cuándo vas a aparecer de repente".

"Bueno, siempre me ha gustado mantenerte alerta"

"Ya lo creo"

Izuna se inclinó y le dio un casto beso a Tobirama. Al enderezarse, Izuna echó un vistazo a la habitación.

"¿Es ésta tu casa?", preguntó con curiosidad.

"Sí", dijo Tobirama.

De repente, sintió cómo sus mundos chocaban al tener a Izuna en su salón y fue muy consciente de los cuencos sucios en el lavabo y de los muchos pergaminos y papeles apilados desordenadamente en el suelo. Se frotó la nuca.

"Yo... eh... hace tiempo que no ordeno", dijo. "Normalmente, está más limpio"

"No pasa nada", dijo Izuna con los ojos brillando de alegría. "Perdona la intromisión. Es un poco extraño estar aquí. Siempre había soñado con infiltrarme en el corazón del complejo Senju, pero no puedo decir que me lo hubiese imaginado así".

Espadas de papel y Tinta escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora