Capitulo V

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Emma reconocía que la sola presencia de Mía tenía un efecto sorprendente en ella: lograba calmarla incluso en los momentos de mayor enojo. La atención y el cuidado que Mía le brindaba sacaban a relucir lo mejor de Em, convirtiéndola en una persona más atenta y considerada de lo que jamás había sido. A pesar de estar de mal humor, Emma hacía cosas por Mía sin quejarse, algo que nunca había hecho por ninguna otra mujer. La doctora había logrado despertar un lado de Emma que ni siquiera ella sabía que existía, haciéndola sentir una mejor persona de lo que creía ser. Aunque Emma apreciaba profundamente a Mía y la consideraba un tesoro, mantenía una distancia cautelosa. Sabía que no quería lastimarla, por lo que había decidido tomar las cosas con calma, al menos hasta que su cuerpo y mente estuvieran completamente recuperados y listos para cualquier relación.

Al día siguiente, ambas despertaron con alegría en sus respectivas habitaciones. Se dirigieron juntas al hospital, donde Emma tenía una sesión con Marcos, su terapeuta. Mientras tanto, Mía se preparaba para las cirugías de la mañana y para atender a sus pacientes, lo que significaba que no tendría tiempo para visitar a Emma durante su sesión. Emma se sintió aliviada al escuchar eso, ya que solía ponerse de mal humor en sus terapias al sobre exigirse, aunque con el tiempo y al ver progresos, esa actitud se había ido suavizando. Sin embargo, aún le incomodaba mostrarse de esa manera ante Mía.

Mía estaba consciente de que tendría una mañana agotadora, pero amaba su trabajo profundamente. No importaba lo cansada que estuviera, siempre daba lo mejor de sí misma, incluso cuando parecía que ya no podía hacer más. No se rendía fácilmente, ni siquiera cuando estaba cuidando a Emma durante su coma, y mucho menos ahora que veía una luz de esperanza en su recuperación. Por eso, este día en particular, aunque estuviera cansada, estaba decidida a acompañar a la mujer que le hacía perder la razón.

Eran la una de la tarde y Mía aún estaba inmersa en su última cirugía del día. Una complicación había surgido en plena operación, lo que originalmente estaba programado para cuarenta minutos se había extendido a una hora y, posiblemente, más. Con la preocupación por el retraso, envió a un interno para informar a Emma, quien ya la estaba esperando desde hace veinte minutos.

"¿Hola, eres Emma Sandoval?"

"Sí, ¿ha pasado algo?"

"La doctora Solari me envió para pedirle disculpas. La cirugía tuvo algunas complicaciones y tomará un poco más de tiempo. Sugiere que la espere y, si lo desea, puede ir a la cafetería. Ella la invita."

Emma agradeció al interno por la información y decidió esperar a Mía en la cafetería. Se sentó en una mesa junto a la ventana, desde donde podía observar el estacionamiento y un pequeño parque del hospital. No tenía idea de cuánto tiempo pasaría antes de que Mía terminara la cirugía, pero estaba decidida a esperarla sin preocuparse demasiado.

Mientras aguardaba, reflexionaba sobre sus sentimientos hacia Mía. Cada vez que la veía, su corazón latía con fuerza y su sonrisa se dibujaba de forma natural en su rostro. Sin embargo, aún no se atrevía a confesarle lo que realmente sentía. Se preguntaba cuánto más necesitaría para romper las barreras que había construido entre ellas. Los ojos grises de Mía la volvían loca, pero también la llenaban de dudas y temores.

Después de unos cuarenta minutos, decidió ordenar un café moka para saciar su hambre creciente. Observó a las personas que ocupaban las otras mesas: familiares de pacientes, algunos médicos y una mujer de bata blanca con una linda cabellera rubia ondulada. Cuando esta última volteó y sus miradas se cruzaron, Emma se dio cuenta de que la mujer se dirigía hacia su mesa, aparentemente para hablar con ella.

La voz de la doctora Camila Alcayaga interrumpió el momento de reflexión de Emma. Al levantar la mirada, se encontró con una mujer de aspecto amable, con una sonrisa cálida en el rostro.

A tres latidos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora