Capitulo XI

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La rutina se había vuelto su aliada y su enemiga al mismo tiempo. Emma, cada noche, se encontraba sola en su casa, reviviendo en silencio los momentos compartidos con Mia. Cada rincón de su hogar parecía susurrar su nombre, recordándole la ausencia que se había instalado en su vida.

Mia, por su parte, se sumergía en su trabajo como médica en el hospital, dejando que las largas jornadas la absorbieran por completo. Mantenía su mente ocupada en cada paciente, en cada procedimiento, en cada diagnóstico. Pero al final del día, cuando el bullicio del hospital cesaba y el silencio la envolvía, era inevitable que el recuerdo de Emma se colara en sus pensamientos.

El silencio entre ellas pesaba como una losa, y cada día que pasaba sin un encuentro era como un golpe más a su ya frágil conexión. Emma, con el corazón en la mano, había intentado acercarse a Mia en varias ocasiones, buscando una conversación, un atisbo de esperanza. Sin embargo, siempre se encontraba con puertas cerradas y respuestas silenciadas.

El dolor de sentirse rechazada por la persona que más amaba era difícil de sobrellevar, y aunque cada intento fracasado la sumía más en la tristeza, Emma decidió dejar de forzar las cosas. Entendió que no podía obligar a alguien a abrir su corazón si no estaban listos para ello.

Así que, con un nudo en la garganta y un peso en el pecho, Emma decidió dar un paso atrás. Aunque su corazón anhelaba desesperadamente el reencuentro, sabía que forzar las cosas solo empeoraría las cosas. Optó por dejar que el tiempo y el destino decidieran el rumbo de su relación

Un día, en que Mia iba llegando a su casa, vio a Emma a gran velocidad en una motocicleta, su corazón se detuvo por unos segundos, pensando en la suerte de aquella mujer con cualquier vehículo motorizado, no apartó su mirada de ella hasta que desapareció de su alcance.

Durante días, la imagen de Emma en la motocicleta siguió rondando en la mente de Mia, tejiendo un hilo de preocupación y nostalgia que se negaba a desaparecer. Aunque quisiera desvincularse emocionalmente, el amor que sentía por Emma aún latía dentro de su pecho, recordándole que, a pesar de todo, seguía siendo una parte importante de su vida.

Marcos, siendo amigo cercano de ambas, observaba la situación desde una perspectiva equilibrada. Notaba cómo ambas mujeres se limitaban a cumplir con sus responsabilidades laborales, apenas sonreían.

A Emma se le veía resignada, como si hubiera aceptado que las cosas no podían arreglarse, mientras que Mia, dominada por su orgullo herido, se aferraba a su dolor y su resentimiento hacia Emma.

Para Marcos, era difícil comprender la actitud de Mia. Si bien entendía su sensación de traición, le resultaba frustrante ver cómo su amiga no se daba la oportunidad de comprender las razones y las intenciones de Emma. El resentimiento hacia los padres de Mia parecía eclipsar su amor por Emma, algo que Marcos consideraba triste y desafortunado.

Después de más de dos meses de silencio, Marcos ya no podía quedarse de brazos cruzados. Como amigo de ambas, sentía la necesidad de intervenir y tratar de arreglar las cosas. Sin embargo, sabía que debía comenzar por Mia, quien parecía estar más herida y distante.

Marcos no pudo contener su frustración al ver cómo Mia seguía dejando pasar el tiempo sin intentar recuperar a Emma. Entró decidido al despacho de la doctora y cerró la puerta tras de sí, dispuesto a sacudirla con sus palabras.

"¡No puedo creer que estés dejando pasar el tiempo, mientras pierdes al amor de tu vida!", exclamó con firmeza. "No puede ser que el odio que sientes por tus padres sea más fuerte".

Mia, con una expresión inexpresiva, respondió: "Me traicionó, hizo las cosas a mis espaldas. Me compró, Marcos. ¿Dónde queda mi dignidad en todo esto?".

A tres latidos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora