Capitulo IV

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Emma se encontraba en su sesión de terapia, luchando contra la frustración que se apoderaba de ella al intentar mover sus piernas y su brazo afectado. El dolor en la cadera era un constante recuerdo del accidente que también contribuía a su desánimo. A pesar de los avances en su recuperación, la incapacidad para caminar la llenaba de impotencia y desesperación.

Había contratado una enfermera para que la ayudara durante las horas que Mia trabajaba y a pesar de las protestas de Em sobre la ayuda de la chica de ojos grises que cada día le parecía más interesante, no había sido escuchada.

Aunque Emma se sentía atraída por la personalidad cautivadora y la belleza de Mia, su mente y su corazón parecían estar en desacuerdo. Por un lado, reconocía la bondad y el cariño de Mia, especialmente después de haberle salvado la vida. Sin embargo, por otro lado, Emma se repetía a sí misma que no estaba lista para abrir su corazón nuevamente. Después del doloroso pasado y las cicatrices emocionales que aún no sanaban por completo, no se sentía capaz de embarcarse en una nueva relación, ya sea seria o pasajera.

Emma sabía que Mia merecía más que ser arrastrada por su propia confusión y dolor. No quería herir a la hermosa doctora de bellos ojos grises, quien había mostrado un interés genuino por ella. Sin embargo, por más que intentaba, no podía forzar los sentimientos que no estaban allí. Sus emociones parecían haber sido guardadas en una caja cerrada con llave, una caja que Emma había perdido hace mucho tiempo y cuyo contenido se mantenía inalcanzable para ella.

Mía seguía su rutina diaria, pasando por su casa para arreglarse y prepararse para el día. Después de un rápido baño y cambio de ropa, organizaba algunas prendas para el siguiente día y se dirigía a casa de Emma. A pesar de la proximidad entre ambas viviendas, era un trayecto que Mía nunca se cansaba de hacer. Sabía que Emma la esperaba, ya sea viendo televisión, sumergida en un videojuego o inmersa en la lectura de un libro.

Con el paso del tiempo, Emma había recuperado parte de su movilidad, lo que permitía que la enfermera y Anita, la mujer que ayudaba a su abuelo y que también había sido una figura maternal para ella, se retiraran un poco más temprano. Emma, con la ayuda de una muleta para desplazarse, se movía con mayor libertad, aunque a un ritmo más pausado.

Para facilitar la dinámica y darle a Mía un acceso más cómodo, Emma decidió darle una copia de las llaves de su casa. De esta manera, Mía podía entrar y salir según su conveniencia, sin necesidad de esperar a que alguien más estuviera presente para abrirle la puerta.

Ya habían transcurrido cerca de seis meses desde el fatídico accidente, y Emma notaba cómo su corazón sanaba lentamente, al igual que su cuerpo. Durante las primeras sesiones de terapia física, su mal humor había salido a flote. Normalmente era una persona pacífica y sin preocupaciones, la situación la frustraba enormemente. Sentirse limitada, sin poder moverse como antes y con el corazón tan roto como su cuerpo, la llenaba de una rabia que no sabía cómo gestionar. A pesar de ello, nunca trató mal al especialista que la atendía, pero su vocabulario y su gestualidad tampoco ayudaban a crear un ambiente positivo.

Mía había presenciado varias veces esta faceta de Emma. De alguna manera, comprendía su situación y, aunque de forma divertida e interesante, también le sorprendía la cantidad de groserías que podían salir de la boca de esa chica de ojos color miel.

Al ingresar a la sala que Emma había convertido en su refugio de videojuegos, Mia la encontró inmersa en una batalla virtual, lanzando groserías y gritos a la televisión mientras devoraba snacks de queso. La escena le trajo a la mente uno de los días en que había ingresado a la sala de terapia, justo cuando Emma desahogaba su frustración a gritos y malas palabras.

A tres latidos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora